jueves, 25 de abril de 2013

En el mundo de las casualidades

…en el mundo de las casualidades todo puede existir así por ejemplo, en la practica sucede algo así, 154 pasos, algunos mas cortos que otros, una cuadra que de cien metros paso a tener 94 deficiencias del ingeniero civil que quería ser doctor, un aparador con varios vestidos naranjas, una tarde de infancia en que por decisión se tomo el color naranja como favorito, 345 segundos parada encima de unas sandalias que alguna vez estuvieron detrás de ese aparador, 28 pasos mas y una mirada perdida, extraviada en la inmensidad de lo cotidiano de esa calle, un corazón que late, varios recuerdos, tiempo atrás que se convirtió en pasado, nada relevante, un pequeño cambio, 6 pasos mas un semáforo en verde, otra calle aun mas vacía un perro jalando a un hombre, una vuelta, paso 0 un puesto de revistas, un atentado en algún lugar del mundo, letras grandes, 356 segundos para leer gratis, 4:27 am, Dumbo despierta a tomar agua, 7:45 am, Dumbo no aguanta y tira del dueño, 177 pasos Dumbo ve su poste favorito, en ese poste aprendió a levantar la patita, y el la ve, 11 pasos y medio, Dumbo sonríe y ellos también, 14 segundos para el ámbar del semáforo, ¿Cuánto dura un buenos días?, paso el ámbar, llego el rojo, ella cruza la calle, Dumbo se suelta, el corazón de el late, y que tristeza que el semáforo del otro lado no estaba en rojo, una mujer que va tarde a su trabajo, siente un golpe en su carro, una lagrima, dos, tres, cuatro, ella regresa hasta el, se inclina, palmea su espalda, una, dos, tres lagrimas, 5 años, dos personas caminan tomadas de la mano por una calle incompleta la misma cantidad de pasos, omití algo al principio, ambos cojean, no importa como se conocieron lo que importa es que aprendieron a caminar juntos…



Fue sin querer...
Es caprichoso el azar.
No te busqué
ni me viniste a buscar.
Tú estabas donde
no tenías que estar;
y yo pasé,
pasé sin querer pasar.
Y me viste y te vi
entre la gente que
iba y venía con
prisa en la tarde que
anunciaba chaparrón.

Tanto tiempo esperándote...

Fue sin querer...
Es caprichoso el azar.
No te busqué
ni me viniste a buscar.
Yo estaba donde
no tenía que estar
y pasaste tú,
como sin querer pasar.
Pero prendió el azar
semáforos carmín,
detuvo el autobús
y el aguacero hasta
que me miraste tú.

Tanto tiempo esperándote...

Fue sin querer...
Es caprichoso el azar.
No te busqué,
ni me viniste a buscar.

Es caprichoso el azar
Joan Manuel Serrat

jueves, 18 de abril de 2013

La belleza (Fragmento de mi novela: El reloj cangrejo)

…en el firmamento se suspendían tres soles intercalados, como formando un triangulo escaleno, que obedecían a distintas etapas del universo, la luz era gobernada por tres estrellas, que graduaban la luz de los días y retardaban las noches, así el primer amanecer teñía el planeta de un sepia melancólico, el segundo amanecer cubría la luz marrón con un rojo amenazante hasta que llegaba el tercer amanecer que llenaba de oro todos los rincones de aquel planeta, la belleza de aquel lugar posicionado entre tres estrellas sin intención de asesinarle, era algo que no se podía encontrar en ninguna parte del universo, el tiempo se sentía distinto en este lugar, caminaba a distintos ritmos, un día aquel planeta no se podía comparar con un día del planeta de Livier, todo era tan diferente, las leyes naturales de aquel lugar se esmeraban en embellecerlo, cascadas de agua entre una nube y otra, arcoíris tridimensionales, mares de agua dulce, montañas de cristales de todos colores y un sinfín de cosas imposibles de describir con la mente de un ser humano, la naturaleza como el arte provienen de la misma fuente: la belleza…



" El amor carnal en todas sus formas tiene por objeto la belleza del mundo. Muy a menudo también en la búsqueda del placer carnal los dos movimientos se combinan, el movimiento de correr hacia la belleza pura y el movimiento de huir lejos de ella en una confusión indiscernible. Si el amor carnal en todos los niveles se dirige más o menos a la belleza –y las excepciones no son más que aparentes- es porque la belleza en un ser humano hace de él por la imaginación algo equivalente al orden del mundo. El amor que se dirige al espectáculo de los cielos, las llanuras, el mar, las montañas, el silencio de la naturaleza que se hace sentir en mil leves sonidos, al soplo de los vientos, al calor del sol, ese amor que todo ser humano presiente al menos vagamente en un momento, es un amor incompleto, doloroso, porque se dirige a cosas incapaces de responder a la materia. Los hombres desean trasladar ese mismo amor a un ser que sea su semejante, capaz de responder a su amor, de decir sí, de entregarse. El sentimiento de la belleza que a veces está ligada a un aspecto particular de un ser humano hace posible esa transferencia, al menos de manera ilusoria. Pero la belleza del mundo, la belleza universal, es el objeto de ese deseo. "

La belleza del mundo (fragmento)
Simone Weil 

lunes, 15 de abril de 2013

Frio de labios

...el tiempo se ciñe bajo el escrutinio de las almas que viven en el pasado, en los momentos que ya no son y que simplemente dejaron de ser, como lo deja de ser todo, los pasos algún día se borran, las caricias se convierten en cicatrices, las miradas en hielo, las palabras en oscuridad, en un hueco abrupto de supuestos, de silencios y pretensiones, el tiempo apremia en los que creen que viven, en los que avanzan con cargas innecesarias, intrascendentes al paso del universo, el tiempo pasa, no ha aprendido a dejar de hacerlo, y cada que pasa un pensamiento, y en cada pensamiento un delirio, y de delirio mueren muchos sentimientos, ahogados en los mares del desasosiego, asfixiados por el insomnio de las noches sin sueño, de los pensamientos vivos que revolotean de un lado a otro dentro de la cabeza, que mueren buscando certeza en donde no la hay, cordura en donde no debería estar, dolor sin motivo, superlativo, abrupto y sinuoso, de lo que debería ser fácil y se complica por autocomplacencia, que queda sin paciencia cuando se presenta el miedo después del frio, frio de labios que no saben estar solos...



-Es curioso que uno no puede estar sin encariñarse con algo... Es... como si la mente segregara sentimiento, sin parar...
-¿Vos creés?
-... lo mismo que el estómago segrega jugo para digerir.
-¿Te parece?
-Sí, como una canilla mal cerrada. Y esas gotas van cayendo sobre cualquier cosa, no se las puede atajar.

El beso de la mujer araña
Manuel Puig

martes, 9 de abril de 2013

Hablando de ojos

...digamos que hablamos de ojos, de luz, de cielos atrapados, de noches estrelladas, de universos perdidos, de sueños con alas, de tiempos venideros, lugares perdidos, momentos sin tren, estrellas sin estela, vientos cabalgando, faros de luciérnagas, brillos que atardecen, latidos que anochecen, brisas del ayer, pasados sin camino, vértigos del alma, aves sin sur, prodigios mercaderes, ocasos y amaneceres, horizontes y siluetas, direcciones sin veletas, colores que aun no existen, pensamientos en carpetas, corazón sin monitor, no hay ladrón ni pesadillas, ni creación en las costillas, ni cuentos en tranvía, digamos que hablamos de tus ojos, imaginemos dos lumbreras, astros siniestros sin ganas de guerra, ni paz, ni afán ni dolor, listos para el amor que nunca llega, digamos que hablamos de un planeta con dos estrellas, en donde dos veces sale el sol…


De qué espacio sideral desconocido,
de qué tiempo que ya fue o aún no ha sido,
de qué lluvia de planetas has caído
proclamando un "aquí estoy porque ha venido..."
Que aunque no se trate de pedir permiso
por pisar el mismo vértigo que piso,
no se apunta a un corazón sin previo aviso
tan pronto y disparando tan preciso...,
quién eres tú...

Quién eres tú,
prodigio o vudú...,
quién eres tú,
ensueño o tabú...,
quién eres tú...

Cuando ya no queda más que ese momento
en que comienza a repetirse el argumento,
apareces, de repente, con el cuento
de que no hay historias... sólo sentimientos.
Y me invades con palabras como besos
inundándome con pájaros los sesos...
Qué difícil es salir ilesos
de esta magia en la que nos hallamos presos...

Quién eres tú,...

Te aseguro que no quiero hacerme el fuerte,
en todo caso me da pánico creerte...
No sé si eres el presagio de la Suerte
o, al contrario, vienes a darme la muerte...,
pero seas agua turbia o aguanieve,
cómo no beber cuando me dices: "bebe"...,
que la sed se va apagando y es más breve
al tiempo que pasan los años..., y no llueve...,
quién eres tú.

Quién eres tú,...

Quien eres tu?
Luis Eduardo Aute

jueves, 4 de abril de 2013

Con los pies en la tierra

...en los pisos de tierra, en donde el hambre se olvida por necesidad, donde se les pasa la hora de comer varias horas al día, entre las paredes de adobe y techos de quien sabe que será, niños que ya no sueñan ni quieren ser superman, prefieren pensar en tortillas sazonadas con sal, el papa no encuentra trabajo no sabe que no encontrara y la mama con tantos hijos no para de llorar, los rostros de hambre son crueles, en los pequeños de corta edad, que crimen mas ruin el de estos tiempos y de los que están detrás, el espacio los acurruca pues no hay mas que pensar, en donde están los sueños de los niños que olvidaron soñar…

En los pisos de mármol Italiano, que alguien mando a importar, caminan zapatos de lujo, de animales que pronto no existirán, camina de un lado a otro, el político que no deja de pensar, en cual será su estrategia, para poder robar mas, agobiado por los contrarios, que avanzan con el a la par, la ambición es su delirio, él también se olvido de soñar, sentado en su silla donde las leyes cambian de lugar, se ejerce poder sin las ganas de realmente querer ayudar, la avaricia colma su mente, convicciones de alguien que se perdió en el camino del ser humano, donde lo que ya menos importa es la humanidad, donde los sueños tienen precio y él cree que los puede comprar…





Los pobres, los verdaderos pobres, son todos aquellos que no tienen tiempo para perder tiempo.
Los verdaderos pobres, son aquellos que no tienen silencio y no pueden comprarlo.
Son aquellos que tienen piernas pero se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas han olvidado volar.
Son aquellos que comen basura y la pagan como si fuera comida.
Son aquellos que tienen el derecho de respirar mierda como si fuera aire.
Son aquellos que tienen sólo la libertad de elegir entre un canal de televisión y otro.
Aquellos que viven dramas pasionales con las máquinas,
aquellos que estando entre muchos, están siempre solos.
Los pobres, los verdaderos pobres, son aquellos que no saben que son pobres.

Los verdaderos pobres
Eduardo Galeano

miércoles, 3 de abril de 2013

El cielo (Fragmento de mi novela: El reloj cangrejo)

...no tenia de idea de lo que era el cielo, aunque en su vida el cielo había tenido varios significados, como aquella noche en que se encontró con Deliry a escondidas de su padre, paralelos al umbral infinito que se postraba frente a sus ojos, con estrellas titilantes que no se decidían por algún color, y otras tantas que brincaban de un lugar a otro, aquel cielo daba miedo, parecía que un enorme lago estaba encima de ellos y sobre el una cantidad incontable de luciérnagas que volaban de un lugar a otro,y aunque parecía que este lago infinito en algún momento caería encima de ellos, poco atención puso a aquel cielo, de alguna forma creía que era mejor observarlo en el reflejo de los ojos de Deliry, las palabras esa noche fueron tan innecesarias que no recordó ni una sola, recordaba también otra noche en que de niño se creyó el cuento del abuelo de que alguien se había robado las estrellas, en aquel cielo de un Otoño de su niñez simplemente no había estrellas al preguntarle al abuelo la razón, este le contesto, que si recordaba la vez que le había preguntado el porque todos los días por la mañana se sentaba a leer el periódico, y que con simpleza le contesto que solo era para enterarse de las cosas que pasan, según el abuelo, el titular del diario de aquella mañana destacaba con letras grandes que alguien había robado las estrellas y también recordó aquella noche en que Deliry murió, y que tanto había escuchado a la gente que repetía y repetía, que ella había ido al cielo, cosa absurda pensó como es que ella se había ido al cielo, si el cielo estaba en sus ojos, no importa el cielo si no lo que esta debajo de él, al final el cielo es un buen baúl para guardar recuerdos…



Una vez intenté escribir un relato en el que mi padre y yo nos reuníamos en el cielo. De hecho, una primera versión de este libro empezaba así. Yo tenía la esperanza de llegar a ser en el relato un buen amigo suyo. Pero el relato se complicaba perversamente, como suele pasar con los relatos cuando tratan de individuos reales a quienes hemos conocido. Al parecer, en el cielo la gente podía tener la edad que quisiera, siempre que hubiera vivido tal edad en la tierra. Así, por ejemplo, John D. Rockefeller, el fundador de la Standard Oil, podía tener cualquier edad hasta los noventa años. King Tut, cualquiera hasta los veintinueve, y así sucesivamente. Me desilusionó, como autor del relato, el que mi padre decidiese tener sólo nueve años en el cielo.
Yo, por mi parte, había decidido tener cuarenta y cuatro: respetable, pero también muy atractivo aún. Mi desilusión con mi padre se convirtió en vergüenza y rabia. Era igual que un lémur, como lo son los niños a los nueve años, todo ojos y manos. Tenía una reserva inagotable de lápices y cuadernos y andaba siempre siguiéndome los pasos, dibujándolo todo e insistiendo en que admirase los dibujos que acababa de hacer. Los recién conocidos me preguntaban a veces quién era aquel chiquillo tan raro, y yo tenía que decir la verdad porque en el cielo no se podía mentir: «Es mi padre.»
Los abusones disfrutaban haciéndole sufrir, porque no era como los otros niños. No se entretenía con las conversaciones de los niños ni con los juegos de los niños. Así que le perseguían y le agarraban y le quitaban los pantalones y los calzoncillos y los tiraban por la boca del infierno. La boca del infierno era como una especie de pozo de los deseos sin cubo ni polea. Podías asomarte y oír los alaridos desmayados de Hitler y Nerón y Salomé y Judas y gente así, allá, a lo lejos, abajo, muy abajo. Yo me imaginaba a Hitler, que sufría ya el máximo calvario, encontrándose periódicamente la cabeza cubierta con los calzoncillos de mi padre.
Y siempre que le robaban sus prendas, mi padre acudía corriendo a mí, rojo de rabia. Y yo a lo mejor estaba con alguien a quien acababa de conocer y a quien estaba impresionando con mi urbanidad... y aparecía mi padre, dando alaridos y con el pajarito ondeando al viento.
Me quejé a mi madre del asunto, pero me dijo que no sabía nada de él ni sobre él, pues sólo tenía dieciséis años. Así que no me quedaba más remedio que aguantarle, y lo único que podía hacer era gritarle de vez en cuando: «¡Por el amor de Dios, papá, por qué demonios no quieres crecer!»

En fin, el relato insistía tanto en ser desagradable, que dejé de escribirlo.

Pajaros de celda 
Kurt Vonnegut
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