
Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. O tal vez una primavera que avanza a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios.
Eso fui y muchas cosas mas. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y menos aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia delante, hacia después, hacia renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, mas bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbujas de esperanza, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aun no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quien sabe hasta (y hacia) dónde.
Eso fui. Trabaje como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñe del insomnio, lo llene de memoria y puse amor en cada parpadeo.
Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.
Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.
Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a ocurrir, los angustiosos lapsos de espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito.
Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho que gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza.
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