...busco un espejo que me pueda mostrar mi verdadero yo, un abrelatas de mascaras, un destapador de almas, una llave maestra de corazones, una cajita de sueños perdidos, un ropero de ilusiones, una caja fuerte con el verdadero amor, busco mas dedos para contar amigos, busco hombros para mi cabeza, busco brazos para mi ser, busco una foto de mi mismo, sin todo lo que no soy, una imagen sin espejismo, un retrato de lo que deberia ser hoy, busco un reloj sin minutero, una radio muda, un periódico de buenas noticias, y un buen sol para este día, busco una vacuna para el dolor o por lo menos una pastilla, busco una agujero para guardas tristezas, ganchos para colgar alegrías, puertas para llegar al mañana y mañanas con mucha luna, busco la vida sin fortuna, el momento preciso, la casualidad oportuna, y el día que nunca llego, busco todo recuerdo perdido, los amores extraviados, las lágrimas que he llorado, y todo lo que se fue contigo, busco mi ojo, busco mis manos y también busco mi ombligo, y toda esa carne en donde vivo yo mismo, busco un buen lugar para la mentira, donde dejar el cinismo, una arma blanca para el conformismo, busco un cielo no tan azul, que por lo menos sepa llover, una piedra con forma de baúl, para guardar lo que fui yo cuando deje de ser él, hablo de ser yo mismo y dejar de ser lo que conoces tú...
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
El otro yo
Mario Benedetti
1 comentarios:
Pedro; si encuentras aquello que buscas, no dudes en decirmelo, de pronto me das señal de como llegar a lo busco...
Un abrazo, y como siempre gracias hombre por compartirnos este blog.
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