viernes, 19 de agosto de 2011

El reloj cangrejo (I)

...el tiempo había avanzado en su rostro, dejando todo tipo de cicatrices, líneas desdobladas que simulaban cordilleras de años desorientados, su mirada cansada como agotada de haber visto tanto, como perdida en la añoranza de las cosas que dejan de ser, sus recuerdos apenas llegaban a ser imágenes intermitentes que habían perdido su color real, los sueños ya no existían pues estos se alimentan de futuro, y el futuro ya no era más que el esbozo de un paso al final del camino, su cuerpo atormentado, templo de todo tipo de dolores y padecimientos, caricias que se convirtieron en llagas, besos ya evaporados y espasmos congelados, su cabeza despoblada, vacía de ideas, seca de pensamientos, postrado en un órgano metálico con ruedas que no le correspondían, que parecía una parte de su cuerpo a la que nunca llegaba la sangre, pero sobre todo solo, en la contemplación de un atardecer, donde los ocasos ya se pueden contar, y esto ya tiene un sentido, el final, ochenta y nueve inviernos, y un corazón que había intentado suicidarse muchas veces, un sol tímido escondiéndose en el horizonte, quemando el frio de algún lugar lejano, pero dentro de él un deseo extraño, el de seguir viviendo, de alguna manera pensaba que la vida no le había sido suficiente, que merecía otra oportunidad, pero las oportunidades en su vida habían muerto hacía tiempo atrás, de forma prematura, cuando el pájaro de la esperanza dejo de cantar en su ventana, y los días grises se volvieron realidad, el sol se había sumergido por completo en el horizonte, y la luna no había asistido a aquella noche, el silencio rebotaba en la nieve, agudizando la sensación de soledad, esta soledad que como un gas inerte lo asfixiaba lentamente.

Avanzo lentamente hacia el sótano impulsado por el movimiento de sus manos transmitido a las ruedas de una silla, encendió una lámpara de petróleo que dotaba de poca luz a aquel sótano y una extraña melancolía se apodero de su conciencia, la misma que lo había postrado frente a un gran baúl de madera pintado con polvo, saco una llave de uno de sus bolcillos y abrió el candado oxidado que mantenía cerrado aquel baúl, levanto la tapa con gran esfuerzo y una nube gris acompaño aquel acto, su respiración se acelero, y unas gotas de sudor corrieron por su frente, encendió una vela que se erguía sobre un plato de bronce, y empezó a hurgar dentro del baúl, entre papeles de color amarillento, y objetos antiguos como una pipa, un tintero, una brújula, retratos en color sepia, soldaditos de plomo y cara triste, monedas olvidadas, y otras cosas de otros tiempos, hasta que encontró lo que al parecer buscaba con tanto ahincó, un antiguo reloj de bolsillo, en la tapa se podía leer la inscripción en latín «Omnia quod perimit sic temporis amputo partes» y la imagen de un cangrejo grabada en la parte de atrás, abrió la tapa para descubrir que las manecillas del reloj no avanzaban, y entonces recordó la historia que el abuelo le conto antes de morir y precisamente cuando este le obsequio aquel reloj que nunca había visto funcionar.
En otros tiempos donde las cosas no eran tan viejas y donde la vida apenas gateaba por la tierra existió un gran relojero, a ciencia cierta era el primer relojero de todos los tiempos, y que precisamente soñaba con ese concepto el tiempo, ya antes de él los seres humanos habían aprendido a distinguir el paso del tiempo a través de las cosas, entendieron los tiempos para sembrar y cosechar, las migraciones de las aves, el movimiento de los astros en el cielo, y sabían que estos no eran parte de una casualidad, sino mas bien que cumplían fielmente con un periodicidad, entendían como constante la llegada de la noche, y distinguieron las primaveras de los inviernos, y otros incluso aprendieron a medirlo, algunos con recipientes rellenos de arena o de agua, o con la interpretación de las sombras según el sol, pero nadie antes había distinguido entre el paso de un segundo y otro, en un reloj de arena correspondería al paso de algunos granos de arena, y en una sombra al movimiento con respecto al sol, pero nadie había sido capaz de contenerlo de tal forma que este fuera fragmentado en pedazos pequeños del mismo tamaño, pero este relojero que en esos tiempos aun no era relojero, se había propuesto realizar tal hazaña, así que ideo varias cosas, relojes de arena más sofisticados donde los granos podían ser contados después de mucho esmero, relojes de sol que avanzaban sobre reglas minuciosamente graduadas, pero ninguno de estas ideas le convencía del todo, hasta que una vez sentado contemplando un molino del cual se extraía agua, observo como el agua salía siempre al mismo punto donde el engrane que era movido por las hélices del molino daba una giro completo, esto con tal exactitud que parecía entonar una canción de un solo ritmo, fue entonces como empezó a trabajar con los engranes, estudio cuantos dientes tenía que tener un engrane para contener lo que el suponía como la parte más pequeña del tiempo, el segundo, y de ahí nació el segundero, después observo que el movimiento de un engrane pequeño acoplado a otra de mayor tamaño podía corresponder a la suma de varios segundos y nació el minutero, y otro de mayor tamaño las horas, y entonces unió todos estos engranes y los encerró en un circulo ubicando tres bracitos al centro y cada uno caminaría en circulo apuntando hacia números que corresponderían la posición en el espacio ocupada por el tiempo, la hora.
Y entonces dese ese momento el tiempo pudo contenerse en un recipiente, al que todos llamaron reloj, y estos empezaron a multiplicarse, y el tiempo que andaba libre todo el tiempo fue domesticado, y los ricos mandaron a hacer relojes enormes para adornar sus casas, los pueblos los alzaban sobre sus edificios más altos, los pobres admiraban los relojes de otros, y el tic tac se convirtió en un sonido tan común en el ambiente, y la gente empezó a cambiar su forma de vivir, los encuentros casuales empezaron a escasear ahora todos se citaban a una hora, comían a una hora, tomaban el té a otra hora, y la mayoría de las cosas podían ser planeadas, algunos relojes emitían sonidos a determinadas horas en la mayoría de los pueblos sonaban campanas al cambio de una hora a otra, y otros relojes sirvieron para despertar a determinada hora pareciendo esto una inminente jubilación para los gallos, pero algo raro paso, la gente ahora siempre tenía prisa, ya que a parecían ser perseguidos por el tiempo, el tiempo ahora se perdía, se acababa, llegaba, se iba, pero lo que el relojero sabia es que este nunca regresaba, siempre iba hacia adelante como una línea recta que cambiaba su dirección pero siempre hacia enfrente hacia lo que aun no existía, peo nunca hacia lo que existió, y esto a él le causo una gran frustración, todos sus relojes solo avanzaban hacia adelante, y ninguno hacia atrás e invirtió la posición de los engranes de sus relojes, para que las manecillas avanzaran hacia atrás, pero el tiempo parecía ignorar tal cosa y seguía avanzando hacia enfrente, y entendió que el tiempo era incontenible y que nada podía detenerlo.


Un día un hombre extraño toco la puerta de la casa del relojero, portaba un traje oscuro, sobrero de copa, un bastón un tanto extraños y unas gafas oscuras escondían sus ojos, el relojero abrió la puerta y se encontró con este hombre, y sin alguna especie de saludo el hombre le pidió al relojero que le fabricara un reloj, este le pregunto el nombre pero el hombre solo guardo silencio y saco una bolsa de su saco con monedas de oro y se le dio. El relojero no pudo negarse ya que este oro era más de lo que cualquiera le había pagado en toda su vida por el encargo de un reloj. Entonces el relojero acepto, a lo que el hombre añadió que regresaría al siguiente día con el material para que este hiciera el reloj, todos sabían que el relojero era un artesano que elaboraba una a una cada pieza de la maquinaria del reloj, razón por la cual gente muy poderosa había acudido a él para encargarle un reloj, pero este hombre era diferente, la mayoría de los relojes encargados eran de oro y plata, pero este hombre prometía volver al siguiente día con el material para fabricar el reloj.
Al siguiente día como había dicho el hombre extraño regreso al taller del relojero, este lo recibió de forma amable pero el hombre sin ninguna expresión saco de un maletín una piedra grisácea y le pidió estrictamente que la fundiera y que de este material le hiciera el reloj, sin utilizar algún otro, a simple vista solo parecía una roca, pero al rayarla un poco descubrió que era una pepita de algún extraño metal que jamás había visto en la vida, este accedió dudando de las técnicas para fundir aquel material, el relojero le dijo al hombre que necesitaría un mes para construirlo por lo que el hombre estuvo de acuerdo y se fue.
Entonces el relojero comenzó la fabricación de aquel reloj, coloco la piedra en un crisol de piedra pómez que el mismo había elaborado y la fundió con las mismas técnicas que hacía para fundir la plata, aunque necesito un poco mas de calor y evito el uso de otros materiales para no contaminar a aquel material como le había pedido aquel hombre extraño, el material era blando y muy maleable por lo que resultaba fácil al relojero trabajar con él, removió la escoria resultante de la fundición, y empezó una a una a fabricar cada pieza del reloj.

Empezó primero por el motor, que es propiamente el corazón del reloj, el que le da vida, a este aparato mecánico, con esmero fabrico el muelle real y el rochete, después siguió con el rodaje y sus tres ruedas la rueda minutera, la más grande; la rueda primera; y la rueda segunda o de segundos, después elaboro el sistema de escape, que con su rueda y su ancora controlan la cantidad de energía, ya que gracias a su especial composición deja pasar la energía a las ruedas en pequeños toques, con el conocido tic-tac de cualquier reloj del mundo. Continuo después con el órgano regulador utilizo un molde que antes había utilizado para elaborar el volante de otro reloj y preparo el hilo del espiral el cual realiza numerosas idas y venidas dentro de su propio mundo, estirándose y encogiéndose sobre sí mismo. Una a una elaboro cada pieza para después armar el rompecabezas que constituía un reloj mecánico, fabricar la maquinaria por completo le llevo casi el mes ya solo le faltaban la esfera y las manecillas, la esfera la elaboro también del mismo material solo que con diferente técnica de laminación, pero no sabía que ornamentos poner ya que este no le especifico nada de esto, después de horas y horas en el taller el reloj estaba casi listo, al siguiente día y faltando un día para que el hombre pasara a recoger su reloj el relojero recibió una carta con la figura de lo que parecía ser un cangrejo muy extraño y la frase en latin «Omnia quod perimit sic temporis amputo partes», para mi reloj terminaba diciendo la carta lo cual el relojero intuyo que se trataba de aquel hombre y grabo la imagen en la lamina de la esfera del reloj así como también la frase en latín. Al ver su obra el mismo artista quedo maravillado, nunca había puesto tanto empeño en un encargo desde su primer reloj pero este reloj tenía algo especial, que incluso le dio pesar el tener que entregárselo a su dueño.




Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.

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