miércoles, 19 de septiembre de 2012

En algún lugar del cielo

...y también me contó que de donde el venia las noches duraban lo que uno quisiera, la gente vivía mucho, era casi increíble escuchar una noticia de alguien había muerto, lo ultima noticia que escucho de algo parecido fue casi tan grande como cuando se descubrió que existíamos nosotros los de acá, apunto con su vista hacia algún lado en la inmensidad del cielo que se confundía con cualquier otro lado sin nada especial que no fueran un conjunto de estrellas amontonadas, la comida les sobraba constantemente tenían que deshacerse de ella, tenían suficiente amor entre ellos como para nunca hacerle daño a nadie, no existía el trabajo porque no había necesidad de nada, lo tenían todo, nadie quería tener mas que otros porque casi todos tenían todo, espacio y tiempo les sobraba, las lagrimas eran algo que ya no existía en los museos podías encontrar algunas lagrimas encapsuladas en trozos de ámbar cual si fueran fósiles valiosos, los deseos se materializaban solo con tenerlos, y los malos deseos se habían borrado de sus corazones, nadie peleaba con nadie y a pesar de que eran una cantidad imposible de mencionar en este momento no había razón para estar separados por fronteras mucho menos por países, ni los conocían, mucho menos un gobierno y como nosotros pasamos por alto la existencia del aire en la atmósfera ellos ignoraban involuntariamente la existencia de la paz porque esta era absoluta, no existía otra cosa mas abundante en aquel lugar que la paz. Después de haberme platicado todo esto  no pude evitar preguntarle entonces la razón de porque había escapado de aquel lugar, su respuesta fue contundente: "Porque no eramos felices"...




-No se me pasa por alto –peroré, pues- que ha sonado la hora fatídica de mirar hacia atrás con la serena lucidez del que sabe que va a caer el telón y que, a poco que remolonee, no tendrá que hacer balance. No diré que dejo este mundo sin pena; entre los muchos sentimientos contradictorios e inoportunos que en mi ánimo luchan con resultados generalmente nefastos no están el estoicismo preclaro ni la elegante resignación. Es triste constatar, al levar anclas, que jamás he poseído las virtudes más excelsas de la hombría: soy egoísta, timorato, mudable y embustero. De mis errores y pecados no he salido ni sabio ni cínico, ni arrepentido ni escarmentado. Dejo mil cosas por hacer y otras mil por conocer, de entre las que citaré, a título de ejemplo, las siguientes: ¿por qué ponen huevos las gallinas?, ¿por qué el pelo de la cabeza y el de la barba, estando tan juntos, son tas distintos?, ¿por qué nunca he conocido a una mujer tartamuda?, ¿por qué los submarinos no tienen ventanas para ver el fondo del mar?, ¿por qué los programas de televisión no son un poco mejores? Ídem creo que la vida podría ser más agradable de lo que es, pero es probable que esté equivocado, o que no sea tan mala, sino sólo una pizca banal. Tonto, indolente y desinformado he llegado a ser lo que soy; tal vez si hubiera sido más cerril habría llegado más lejos. Nadie elige su carácter y sólo Dios sabe quién y cómo juzga nuestros méritos. Si tuviera estudios lo entendería todo. Como soy un asno, todo es un enigma. No sé si me pierdo gran cosa.

El laberinto de las aceitunas
Eduardo Mendoza

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