jueves, 18 de abril de 2013

La belleza (Fragmento de mi novela: El reloj cangrejo)

…en el firmamento se suspendían tres soles intercalados, como formando un triangulo escaleno, que obedecían a distintas etapas del universo, la luz era gobernada por tres estrellas, que graduaban la luz de los días y retardaban las noches, así el primer amanecer teñía el planeta de un sepia melancólico, el segundo amanecer cubría la luz marrón con un rojo amenazante hasta que llegaba el tercer amanecer que llenaba de oro todos los rincones de aquel planeta, la belleza de aquel lugar posicionado entre tres estrellas sin intención de asesinarle, era algo que no se podía encontrar en ninguna parte del universo, el tiempo se sentía distinto en este lugar, caminaba a distintos ritmos, un día aquel planeta no se podía comparar con un día del planeta de Livier, todo era tan diferente, las leyes naturales de aquel lugar se esmeraban en embellecerlo, cascadas de agua entre una nube y otra, arcoíris tridimensionales, mares de agua dulce, montañas de cristales de todos colores y un sinfín de cosas imposibles de describir con la mente de un ser humano, la naturaleza como el arte provienen de la misma fuente: la belleza…



" El amor carnal en todas sus formas tiene por objeto la belleza del mundo. Muy a menudo también en la búsqueda del placer carnal los dos movimientos se combinan, el movimiento de correr hacia la belleza pura y el movimiento de huir lejos de ella en una confusión indiscernible. Si el amor carnal en todos los niveles se dirige más o menos a la belleza –y las excepciones no son más que aparentes- es porque la belleza en un ser humano hace de él por la imaginación algo equivalente al orden del mundo. El amor que se dirige al espectáculo de los cielos, las llanuras, el mar, las montañas, el silencio de la naturaleza que se hace sentir en mil leves sonidos, al soplo de los vientos, al calor del sol, ese amor que todo ser humano presiente al menos vagamente en un momento, es un amor incompleto, doloroso, porque se dirige a cosas incapaces de responder a la materia. Los hombres desean trasladar ese mismo amor a un ser que sea su semejante, capaz de responder a su amor, de decir sí, de entregarse. El sentimiento de la belleza que a veces está ligada a un aspecto particular de un ser humano hace posible esa transferencia, al menos de manera ilusoria. Pero la belleza del mundo, la belleza universal, es el objeto de ese deseo. "

La belleza del mundo (fragmento)
Simone Weil 

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