viernes, 7 de agosto de 2015

El hombre gris

...afirmaba en ese sentido que el tiempo tenia color, sobre todo el tiempo asociado a los recuerdos y afirmaba que cada persona tenia su propia escala cromática de recuerdos, que había recuerdos tan grises como una tarde de esas de domingo en vísperas de tormenta, o tan lucidas como esas mañanas de primavera en donde la vida sala a jugar con el tiempo, como los otoños sepias y los inviernos blancos o azules según la geografía, pero él había sido gris toda su vida, un gris que arrastraba con él todo el tiempo, un gris que podía diluir al amor con los sentimientos, un gris que reflejaba melancolía a través de sus ojos, un gris que como quienes irradian luz, era contagioso, un gris tan prudente para una noche frente una chimenea, pero no tan bueno para una noche de fiesta, un gris a punto de lagrimas, un gris al borde del silencio, ellas, las que le conocieron, le recordaban como una nube nostálgica, como una fracción de su vida con sabor a gris, con una tenue ternura de irrelevancia y trascendencia, con fascinación y nostalgia, rememoraban con una expresión de tristeza y recuerdo el paso de aquel hombre por sus vidas, sin saber que el hombre gris, el hombre opaco que recordaban, se encontraba gravemente enfermo de color...


“Cuando la sombra del marco de la ventana se proyectó sobre las cortinas, eran entre las siete y las ocho en punto y entonces me volví a encontrar a compás, escuchando el reloj. Era el del Abuelo y cuando Padre me lo dio dijo, Quentin te entrego el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reducto absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a tus necesidades del mismo modo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.”
William Faulkner, “El ruido y la furia”

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