martes, 29 de noviembre de 2011

Una estampa japonesa (cuento con ventajas primer agujero)

La primera ventaja, es que cuando el cuento llega al final, no se acaba.
Sino que se cae por un agujero. Y el cuento reaparece a mitad del cuento.
Esta es la segunda ventaja, y la más grande. Que desde aquí se le puede
cambiar el rumbo. Si tú me dejas...Si me das tiempo...

...no podia apartar la mirada de aquel cuadro, un mundo flotante se avalanzaba hacia sus ojos como si de pronto fuera a caer frente a sus pies, los protagonistas cuatro arboles agobiados por un frio invierno o pensandolo bien un monte en medio de la nada acariciado solo por los vientos frios provenientes de un lugar sin nombre, o podria ser también la neblina que alumbraba de tremulos grises la decandencia de la belleza que plasmaban aquellas manchas de tinta, o mejor aun un cuadro sin protagonistas una pintura que no alardeaba de si misma, si no mas bien que lloraba su belleza, que exaltaba la desesperacion de un mundo sereno, la soledad de un tiempo sin tiempo, de un dia que parece tarde y se sospecha de mañana pero que asegura que no es noche, su rostro acariciado por la brisa de aquel viento incapas de mover las ramas secas de aquellos arboles, cuanta belleza en la desnudes de aquellos arboles, en el escape de sus ramas que apuntan hacia el cielo, y que estiran sus dedos alargados con la sabiduría de un viejo, en la nostalgia de tiempos de hojas, flores y quizas frutos, pero ahora en una desolación, como en el ocaso definitivo, como en el ultimo invierno que congela la mas remota oportunidad de vida, sus raíces escondidas quizás aferrandose a las rocas que los sujetaban a aquel monte y que les impedía volar, no se cansaba de mirar, por casualidad habia caido a aquel museo que tenia fama de no tener nada bueno, pero que ese dia exponian una serie de pinutras ukiyo-e, "las pinturas del mundo flotante" provenientes de Japon, por error o por necesidad del universo, algo o alguien la habia postrado frente a aquella pintura antigua de autor de desconocido y que nadie mas observaba, pero que habia sido capas de erizar su alma, y por lo que ahora se encontraba atrapada en el vació inmenso que se produce entre el asombro y la belleza, el tiempo acusa a la memoria, y la memoria se somete al olvido, y el olvido hoy tenia sentido, el sentido que se le da a un recuerdo, un camino se dibujaba en la montaña, oscuro renuente a la luz blanca que deambulaba por aquel lugar, un camino cansado quizás de nunca ser caminado, un camino que quizás sin pasos no tiene derecho a ser camino, pero un camino al fin, el la observaba desde lejos, tan lejos como puede apartarse uno del destello de una estrella, tan cerca como el fulgor de un rencuentro al compás de un abrazo, al verso trece de un soneto, al claro de luna, a la respiración antes de convertirse en suspiro, tan cerca y tan lejos, tan lejos de encontrar una palabra adecuada, tan cerca de no necesitarlas, en el cuadro una mancha, oscura, un error quizás del pintor desconocido, de aquel japones de Edo, que vivió en tiempos de nostalgia, donde los ciruelos  sabian hablar, y las montañas caminaban hacia algún encuentro, en donde las olas del mar se detenían a contemplar el cielo, y los dragones no dejaban de volar, en tiempos donde la madera se sentía acariciada y no mutilada, tenia tiempo que no la veía, en algún momento de su vida la había perdido, un día de esos que nacen sin despedida se fue, o un día de esos que amenacen con sus rayos de sol impregnados de adiós se marcho, lo cierto es que tenia tiempo sin verla, un tiempo relativo, un tiempo incontenible en ningún reloj, un tiempo inmune a las manecillas, o a cualquier recipiente con arena, un día dejaron de ser, un día la dejo de ver, aunque la siguió viendo todos los días, aunque sus ojos nunca le creyeron que ya no estaba, a pesar de que la memoria hizo lo propio para subsistir, y así pudo vivir, algunas veces su recuerdo llegaba por la noche, se escurría entre las cortinas, avanzaba por la alfombra sigilosamente, trepaba por su cama con ahinco, y le observaba con detenimiento hasta fusionarse con sus sueños, era el rostro de ella, aquel rostro que había atesorado tanto, aquella imagen que había guardado en el lugar mas oscuro de su ser y que empezaba a iluminarse, ella sumergida en la imperfección de aquella pintura tan inverosímil, pero a la vez tan real, tan contundente, el pincel se sumergía en la oscuridad de la tinta, unos trazos mas y la montaña que se encontraba frente a el seria inmortalizada en aquel pedazo de papel, en ella no existía ningun árbol, pero su tristeza le había obligado a adornar aquella montaña con algunos, y así lo intento, y el pincel con tinta negra empezó a dibujar lo que deberían ser unos bellos arboles, mas un pintor no puede pintar cosas que no estén dentro de su alma, y su alma sollozaba, la brisa le acariciaba el rostro, la misma brisa que había dibujado en aquella estampa y que cualquiera podría percibir, cuatro arboles secos y tristes se plasmaron en aquel dibujo, arboles que invitaban a la nostalgia, y que al verlos daba tristeza, arboles sobre la montaña, solos, sin hojas ni flores, como la mano de un esqueleto, arboles repletos de nada, solo de ausencia, una lagrima se escurrió de sus ojos, era su ultima lagrima para ella, atravesó lentamente su rostro, arrastrando todo a su paso, todo lo que era ella, ella la que ya no estaba, ella la que la que le enseño el idioma de los ciruelos, ella la que le dibujaba pies a las montañas, la que creía que las olas contemplaban el cielo, la que no dejaba descansar a los dragones, la lagrima recorrió sus mejillas, se separo en pequeñas lagrimas al pasar por sus bigotes, y al separarse de el encontró la tinta fresca de aquel dibujo, esparciéndola de tal forma que se convirtió en una mancha oscura, y de pronto frente a el en la montaña apareció un árbol frondoso, de hojas marrón y de flores color purpura, con frutos que brillaban con la luz del sol, el árbol mas hermoso que había visto en la vida, le había devuelto la sonrisa, ella aparcada en la oscuridad de una mancha, en una galería de la ciudad que tanto amaba del museo que hasta ahora desconocía, en un momento que quizás no debía de estar, recordándolo a el,   el observándola, debia de ser ella, la de otros tiempos en donde el amor parecía mas real, en donde todo parecía ser posible, en donde la piel sabia de caricias, y los labios aprendían a besar, pero ya había pasado mucho tiempo y este encuentro estaba fuera de lugar, el dolor había sido mucho, ella tuvo que mutilar parte de su corazón, y el casi pierde la razón, los motivos con el tiempo dejan de importar y aveces hasta se olvidan, pero lo real de estos dos es que realmente se amaron, se amaron tanto que no pudieron con ese amor y lo mataron, o al menos eso creían hasta ese día que se enteraron que una parte de ambos en ellos aun vivía, el la volvió a mirar con el amor que en el se encendía, pero con un gesto de despedida, se giro y se fue, ella se percato de que aquella mancha en aquel cuadro no solo era una mancha si no un agujero, y este cuento ahora cae en el para contarnos lo que debía ocurrir primero.



Había un filósofo chino que toda su vida se preguntó si era un filósofo chino que soñaba que era una mariposa o una mariposa que soñaba que era un filósofo...




La metamorfosis... La metamorfosis es algo extraordinario... Pienso sobre todo en la metamorfosis de las mariposas. Aunque sea algo maravilloso de observar, la transformación de la larva en crisálida, o de la crisálida en mariposa, no es una operación particularmente agradable para el sujeto en el que tiene lugar. Siempre llega un momento difícil en que la oruga se siente invadida por un extraño malestar. La sensación de estar apretado acá, al nivel del cuello, y también en otros lugares; y luego hay una picazón insoportable. Por supuesto, la oruga ya ha mutado varias veces, pero eso no era nada comparado con el cosquilleo y el hormigueo que siente ahora. Debe librarse de esa piel seca, demasiado estrecha, o morir. Lo han adivinado: debajo de esa piel se está formando la coraza de una crisálida, ¡y qué incómodo debe ser llevar una coraza debajo de la piel! Me refiero aquí especialmente a las mariposas con una ninfa dorada, cincelada, que se aferra a un soporte y se mantiene suspendida en el aire.


La sensación llega a ser tan horrenda que la oruga debe hacer algo. Sale en busca de un emplazamiento adecuado. Lo encuentra: se trepa a un muro o a un tronco. Se fabrica una pequeña almohadilla de hilo de seda que adhiere por encima a su perchita. Se cuelga de ella con la extremidad de su cola o sus últimas patas traseras, de manera de quedar boca abajo, como un signo de interrogación al revés; y allí se plantea la pregunta: ¿cómo hará para deshacerse de su piel? Una contorsión, otra más... y la piel se desgarra de golpe a lo largo de toda la espalda, y he aquí a la oruga que se deshace de ella moviendo los hombros y las caderas, como quien se libera de una ropa ajustada. Y entonces llega el momento más crítico. Supongamos que estamos suspendidos cabeza abajo, colgados de nuestro último par de patas. El problema consiste en evacuar la piel entera, incluida la de esas dos patas que nos mantienen suspendidos... ¿Cómo haremos para no caer durante la operación?


¿Y qué hace entonces ese animalito valiente y tenaz, ya medio despellejado? Muy meticulosamente empieza a liberar sus patas traseras retirándolas de la almohadillita de seda de la que cuelga invertida, y luego, con una sacudida y una torsión admirables, da una suerte de salto que le permite desprenderse de la almohadilla, al mismo tiempo que suelta un último chorro de hilo de seda y enseguida, en el mismo movimiento, vuelve a sujetarse con un ganchito ubicado bajo la piel que ya se ha quitado de encima, en el extremo de su cuerpo. Ahora, gracias a Dios, ha perdido toda su piel, y esa superficie desnuda, dura y reluciente es la ninfa, una suerte de bebé fajado agarrado a la ramita; y qué hermosa es esa crisálida toda tachonada de oro, con sus élitros blindados. Comienza entonces una fase que dura entre algunos días y algunos años. Recuerdo haber conservado en una caja, siendo niño, una ninfa de esfinge durante unos siete años, lo que significa que la cosa permaneció dormida durante todos mis estudios secundarios. Finalmente hizo eclosión, pero lamentablemente fue durante un viaje en tren. Un hermoso ejemplo de irracionalidad, después de todo ese tiempo... Pero volvamos a nuestra ninfa de mariposa.


Después de dos o tres semanas, algo empieza a producirse. La ninfa está suspendida, absolutamente inmóvil, pero un día notamos un cambio: a través de los élitros, varias veces más pequeños que las alas de un insecto formado, bajo la textura córnea de cada uno de ellos, vemos cómo se transparentan las líneas en miniatura del ala que ha de nacer, el adorable rubor del fondo, un esbozo de contorno negro, un ocelo rudimentario. Uno o dos días más y la metamorfosis final tiene lugar. La ninfa se desgarra como se había desgarrado la oruga, en la gloria de una última mutación, y la mariposa se escabulle hacia el exterior y se queda suspendida de laramita para secarse. Al principio, toda húmeda y arrugada, no es muy linda que digamos. Pero esos accesorios fláccidos que liberó pronto empiezan a secarse, a crecer, sus vénulas se ramifican y endurecen, y en no más de veinte minutos la mariposa está lista para volar.


(...) Se preguntarán ustedes qué se siente en el momento de la eclosión. Seguro que hay una ráfaga de pánico que sube a la cabeza, una extraña excitación que ahoga, pero luego los ojos se abren y ven, y en un aflujo de luz la mariposa ve el mundo, ve el rostro enorme y terrible del entomólogo boquiabierto.


Ahora pasemos a la transformación de Jeckyll en Hyde.

Las mariposas
Vladimir Nabokov

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