La intensa luz había encandilado
los ojos de Livier, pero conforme las imágenes volvían a su mirada, la
fascinación y la incredulidad se apoderaban de su conciencia. Frente a ellos se
vislumbraba un hermoso campo de girasoles, grandes y pequeños brillantes como
estrellas que oscilan en el viento del universo, una mezcla agresiva de
amarillos, verdes y marrones, con un cielo azul de nubes blancas retocadas, en
el se respiraba un aire fresco perfumado por la brisa de algún mar cercano, los
rayos de sol se estrellaban en los pétalos de cada girasol como en una armonía
estelar, como si realmente el sol acariciara a cada uno de ellos personalmente,
si la belleza tenia lugares preferidos este quizás era uno.
¿Dónde estamos? Pregunto Livier
al extraño hombre, tú más que nadie deberías saber dónde estamos contesto.
Un gesto de duda se dibujo el
rostro de Livier, pero lo que decía el hombre extraño era muy cierto. Y como si hubiese recordado algo empezó a
correr rápidamente hacia un árbol que sobre salía de aquel campo de girasoles,
avanzo ágilmente entre aquellas plantas con caras de sol, sintiendo como el
viento chocaba con sus rostro que también había rejuvenecido junto con sus
piernas, y conforme se iba acercando fue alentando al paso hasta acercarse
caminando a pasos cortos a la sombra de aquel árbol, y ahí estaba ella sentada
en el pasto, peinando los risos dorados de su cabellera, que sin duda hacia
juego con los rayos que se estrellaban en los pétalos de las flores de aquel
campo, su rostro fresco e inocente adornado por la combinación del rosa de sus
mejillas y el azul profundo de sus ojos, dos grandes pestañas atesoraban esos
ojos, como resguardando la belleza de dos manantiales vírgenes, su nariz de
filo perfecto como la cima de una montaña en la contemplación de un horizonte,
y sus labios rojos como el corazón de un durazno, llevaba un vestido color
carmín, con un pequeño moño atrás y un fondo blanco que tocaba sus tobillos,
una belleza inocente, pura y fresca digna del amor de cualquier ángel, y de la
fascinación de cualquier ser divino. Mientras él se escondía detrás de los
girasoles, hipnotizado con el movimiento de sus manos al peinarse, con su
corazón galopando pero al mismo tiempo estacionado en un suspiro que parecía
perpetuo. Era ella sin duda, Deliry Gretel.
De pronto sintió la presencia
del extraño hombre detrás de él. Y le pregunto si realmente había muerto y se
encontraba en alguna especie de paraíso. Pero él le contesto que no que todo en
aquel lugar era real menos él. Livier estaba aun más sorprendido. Como era
posible que todo en aquel lugar fuera real si este era un recuerdo suyo de
muchos años atrás, que Deliry ahora estaba muerta, que él era solo un viejo
solitario en una silla de ruedas, y que el tiempo ya había pasado. Pero el
hombre le volvió a decir que esto no era un recuerdo y le mostro un ejemplo,
apunto hacia un girasol que era sobre volado por una abeja y le pregunto si
lograba ver a la abeja volando encima del girasol, Livier contesto que si,
después le mostro otro girasol, y le pregunto si veía la catarina que paseaba
por el tallo de otro girasol, Livier asintió, ahora agacha tu mirada hacia el
suelo, ves aquella fila de hormigas que se dirigen una a una hacia su
hormiguero, si contesto Livier, ¿Tú crees que tu recuerdo sería capaz de
recordar tales detalles?. Esto no es un recuerdo tuyo esta es la realidad, lo
único que no es real aquí somos tu y yo.
-¿Ella puede verme?
-No porque no eres real.
-¿En dónde estamos?
-En el pasado.
De pronto llego un joven
corriendo, cargando un cesto lleno de fresas, y se sentó junto a ella, el era
delgado y su cara era afilada tapizada de pecas, y un pelo bien peinado, vestía
un pantalón café y una camisa blanca, y ambos empezaron a conversar, Livier no
lograba escuchar lo que platicaban y realmente no lo recordaba pero la escena
transcurría a pesar de eso, y entonces se convenció de que realmente esto no
era un recuerdo si no el mismo pasado que transcurría frente a sus ojos.
El pasado no deja de ser aunque
no lo recordemos, el pasado es la confirmación de la realidad, inequívocamente
es algo que ya fue, algo que ya paso, algo que comprobó su existencia al
convertirse en pasado. La realidad del ayer es una realidad completa, es una
verdad consumada, el presente se escribe al instante pero al instante se
convierte en pasado, y el futuro simplemente es un deseo, es donde vive lo que
aun todavía no existe, y no guarda nada de certeza en sí, como puede ser y como
no, pero el pasado es y fue y siempre será aunque no logremos recordarlo.
Ambos comían la misma fresa
hasta tocar sus labios, Livier logro recordar la humedad de aquellos labios, la
frescura de aquel rostro inocente sumergiéndose en su rostro, las primeras
palpitaciones del deseo y la inocencia, se tendieron al suelo abrazados,
contemplando los rayos de sol que esquivaban las hojas del árbol que les cubría
y que era testigo de un amor puro, un poco de luz, un poco de cielo y ellos ahí
tendidos en la alfombra de hojas secas que el universo había tendido para
ellos, ella se acurrucaba en su regazo, mojando de amarillo sus profundos ojos
azules al ver la danza de los girasoles al ritmo del viento, él la miraba
fijamente, convencido de que no existía algo en el mundo más bello que ella,
sus ojos cafés se encendían con su brillo, su corazón celebraba dentro de su
pecho al amor, y ese amor se podía respirar en el aire.
Una lagrima se escurrió del
rostro de Livier, este había sido el
ultimo día en que el la había visto bien, días después ella enfermo de
leucemia, y su vida poco a poco fue marchitándose como aquel campo de girasoles
en el invierno, y ese mismo invierno ella murió.
La escena debajo del árbol en el
campo de girasoles transcurría pero el ya no quiso mirarla ya que aquel
recuerdo extrañamente se había convertido en una mezcla de tristeza y felicidad
que le causaba un gran dolor.
-¿Qué pasara? Pregunto al hombre.
-Pasara lo que ya sabes que paso.
¿Y porque me has traído hasta
acá para volver a ver esto?
Yo no te traje, tú te has traído
a ti mismo.
-Tú eres quien tiene el reloj.
-¿El reloj?
Cuando recordó que en su
bolcillo guardaba el reloj que el abuelo le había regalado.
-Si el reloj cangrejo.
A León Ostrov
Señor
La jaula
se ha vuelto pájaro
y se ha
volado
y mi
corazón está loco
porque
aúlla a la muerte
y sonríe
detrás del viento
a mis
delirios
Qué haré
con el miedo
Qué haré
con el miedo
Ya no
baila la luz en mi sonrisa
ni las
estaciones queman palomas en mis ideas
Mis
manos se han desnudado
y se han
ido donde la muerte
enseña a
vivir a los muertos
Señor
El aire
me castiga el ser
Detrás
del aire hay monstruos
que
beben de mi sangre
Es el
desastre
Es la
hora del vacío no vacío
Es el
instante de poner cerrojo a los labios
oír a
los condenados gritar
contemplar
a cada uno de mis nombres
ahorcados
en la nada.
Señor
Tengo
veinte años
También
mis ojos tienen veinte años
y sin
embargo no dicen nada
Señor
He
consumado mi vida en un instante
La
última inocencia estalló
Ahora es
nunca o jamás
o
simplemente fue
¿Cómo no
me suicido frente a un espejo
y
desaparezco para reaparecer en el mar
donde un
gran barco me esperaría
con las
luces encendidas?
¿Cómo no
me extraigo las venas
y hago
con ellas una escala
para
huir al otro lado de la noche?
El
principio ha dado a luz el final
Todo
continuará igual
Las
sonrisas gastadas
El
interés interesado
Las
preguntas de piedra en piedra
Las
gesticulaciones que remedan amor
Todo
continuará igual
Pero mis
brazos insisten en abrazar al mundo
porque
aún no les enseñaron
que ya
es demasiado tarde
Señor
Arroja
los féretros de mi sangre
Recuerdo
mi niñez
cuando
yo era una anciana
Las
flores morían en mis manos
porque
la danza salvaje de la alegría
les
destruía el corazón
Recuerdo
las negras mañanas de sol
cuando
era niña
es decir
ayer
es decir
hace siglos
Señor
La jaula
se ha vuelto pájaro
y ha
devorado mis esperanzas
Señor
La jaula
se ha vuelto pájaro
Qué haré
con el miedo