miércoles, 18 de mayo de 2011

Orgullo

...no hay como el placer de sentir que se ha triunfado, ante la situación inminente del auto rechazo, desarmado de mis propios prejuicios contemplo hacia un pasado no muy lejano mis acciones anteriores, mas las heridas, las secuelas silenciosas de nuestro pasado tapizan de llagas nuestras almas, tan profundas como el mar, tan gigantes como nuestros propios mundos, escondidas, asechando el momento de emerger de la profundidad del ser, y que con extrema frialdad nos dejan expuestos a la vulnerabilidad de nuestros propios sentimientos y nos convierten en esclavos de nosotros mismos, caemos en nuestra propia ambigüedad, en lo efímero de nuestra existencia, nos justificamos presuntuosamente ante el sufrimiento vivido, presumiendo nuestras laceraciones, huellas de naufragios pasados, despojos del tiempo después de tantas batallas, ruinas quizas, nos desconocemos, mas esta brisa es pasajera, estos vientos se soplaron en otros tiempos, y el mal sabor de boca pronto se ira difuminando en nuestros paladares, a fin de cuentas quienes somos, muchas veces he visto al cielo al ras de la tierra y a eso le llaman neblina, pero por suerte no dura mucho tiempo mientras me he conseguido una montaña, ahora no se quien eres, pero ¿Quien soy yo? no sé, dímelo tu...



Tenía la voz baja pero firme, y en los ojos le relucía un deseo obstinado. Pelagia comprendió que su hijo estaba consagrado para siempre a un algo misterioso y terrible. En la vida, todo le había parecido siempre inevitable; se había acostumbrado a someterse sin reflexio­nar; se echó a llorar dulcemente, sin encontrar palabras en su corazón, oprimido por la angustia y la pena.


-¡Yo mismo no entiendo cómo ha sucedido! En la niñez todos me daban miedo… Cuando crecí, empecé a odiarlos… a unos, por cobardes; a otros, no sé por qué… Ahora ya no es lo mismo; creo que me dan lástima… No entiendo cómo, pero el corazón se me puso más tierno cuando supe que había una verdad para los hombres y que no todos tienen la culpa de lo ignominioso de su vida…


-¿Hay en el mundo un alma que no haya sentido ofensa? A mí me han ultrajado ya tanto, que me cansé de montar en cólera. ¿Qué hará uno, si la gente no puede obrar de otro modo? Las injurias me molestan mucho, me impiden trabajar…, pero no puede uno evitarlas, y si se detiene a pensarlo, es tiempo que pierde. ¡Así es la vida! Tiempo atrás me enfadaba con todos…, luego vino la reflexión y vi que todos tenían el corazón hecho pedazos. Cada cual teme el golpe del vecino y trata de golpearle primero. ¡La vida es así, madrecita!


… Le palpitaba de ansiedad el corazón. Apréciale que sus palabras se habían disipado sin dejar huella en aquellos hombres, como gotas de lluvia cuando salpican la tierra agrietada por larga sequía…


-¡Es un muchacho difícil!... Pero ya se le pasará. Yo también he sido como él. Cuando el corazón no se quema con ardor, se le acumula dentro mucho hollín…


Aturdida, sin darse cuenta de lo que estaba viendo, la madre no quitaba los ojos de Rybin. Hablaba él, y oía ella el sonido de su voz, pero las palabras volaban sin despertar eco en el vacío tembloroso y oscuro de su corazón…


-¡Hay que ver, qué horrible! Un puñado de hombres estúpidos, golpean, ahogan y oprimen a todo el mundo para defender su funesto poder sobre el pueblo… Aumenta la ferocidad, y la crueldad se hace ley de la vida… ¡Reflexione! Unos pegan y se portan como brutos, porque tienen la impunidad asegurada, porque sienten por dentro la necesidad voluptuosa de atormentar, ese mal repugnante de los esclavos a quienes permiten manifestar sus instintos serviles y sus hábitos bestiales en toda su fuerza. Otros están envenenados por la venganza; los terceros, idiotizados a golpes, se vuelven ciegos y mudos… ¡Pervierten al pueblo, al pueblo entero!


Sonrió la madre, sin comprender… Todo lo que iba pasando no era para ella más que el prefacio, inútil y forzoso, de algo terrible, que dejaría aplastados con frío terror a todos los asistentes…


… Aquellos cuerpos debían excitar en ellos una envidia impotente y mala, una avidez ardiente de agotados y enfermos. Hacían chascar los labios y se lamentaban de no tener aquellos músculos, capaces de trabajar y enriquecer, de gozar y crear. Ahora, tales cuerpos iban a salir de la circulación activa de la vida, renunciaban a ella, no podrían ya poseerlos, aprovechar su fuerza ni devorarlos. Por eso los muchachos inspiraban a los viejos jueces la animosidad vengativa y desolada de una fiera débil que ve carne fresca, pero carece ya de energía para apresarla.


Cuando las dos mujeres se separaron, Lludmila miró a Pelagia de frente y preguntó en voz baja:
-¿Sabe que da gusto estar con usted?
Y se contestó a sí misma:
-¡Sí! Es como estar en una montaña muy alta, al amanecer…


La Madre
Maximo Gorki

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