domingo, 22 de diciembre de 2013

Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.

Jorge Luis Borges


martes, 17 de diciembre de 2013

Un adiós que no se dio

…y en mis horas se sigue dibujando tu rostro, síntoma del silencio, consecuencia de un recuerdo inmediato, no sabes irte, mucho menos decir adiós, no sabes despedirte, solo te fuiste a una hora no adecuada de mi vida, en el momento que mas te necesitaba, apagaste la luz de nuestro tiempo, huiste hacia el olvido, te escabulliste así nada mas, mas sin embargo no te he dedicado ninguna tristeza, mucho menos lagrimas, preferí las sonrisas, elegí el brillo, tu semblante limpio en mi memoria, la misma que separa el mejor lugar para ti, no fue nuestro tiempo y quizás ya nunca será, aun así honro tu recuerdo, y me alegro de que hayas existido, de lo que eres y de lo que serás, agradezco a la vida, a los sueños, a la esperanza, a la belleza, al amor, toda causa de benevolencia, todo deseo, toda alegría, cualquier sentimiento que hable bien de nosotros, de eso que si fuimos y no en lo que nos convertimos, en este mundo hay mas cosas buenas que malas todos los días me convenzo de ello, y espero reserve las mejores, para ti, para tus días, para tu paso por esta bella vida, te regalo estas letras, no te puedo dar mas, ten paz, pronto llegara y después de esto vendrá lo mejor…


Adiós

En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!

Adios
Gabriela Mistral

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miércoles, 11 de diciembre de 2013

El día de las cosas que pasan (El reloj cangrejo)

La luz avanzo rápidamente hacia sus ojos, sus pupilas sosegaron ante el inquietante brincoteo de brillos y colores, desprovisto de un gesto suave, tallo sus ojos para rencontrarse con la felicidad, pero el palpitar de tonos alegres que adornaban aquel lugar le encandilaban y eran precedidos de una marejada de sensaciones nuevas, los colores viajaban por el aire en forma de acordes que se dibujaban entre las nubes de aquel cielo, al son de las sucesiones el tiempo avanzaba rápido, inquietante, sin reparo, la catarsis de su alma desdibujaba dentro de él cualquier mal recuerdo, cualquier rastro de tristeza, como un efecto purificante le hacia brillar, lo camuflajeaba entre aquel universo de colores, la escala de grises de su existencia, había sido sustituida por tonalidades surreales, existentes quizás solo en la mente de aquellos pintores que murieron en el delirio de sus lienzos, camino con cierto miedo, palabra que quizás en aquel mundo aun no existía, atónito ante todo, con su mirada expuesta a cada una de las cosas que pasaban en aquel lugar, y que parecían mantenían una coordinación estricta para embellecerlo, para formar una armonía en conjunto del que él ya era parte y no desentonaba, un camino entre arboles y flores coloridas le invitaba a avanzar hacia lo que el recordaba en aquel sueño como una cueva oscura debajo de una pequeña cascada de aguas cristalinas, se mantuvo caminando con cierto reparo en no extraviarse en la belleza idílica de aquel lugar, aves con plumajes al oleo, insectos prismáticos, animales traslucidos, todos al pendiente de su llegada a aquella cueva de la que emanaba la voz de alguien que le invitaba a pasar, aquella voz que en otros tiempos fue pasado y que ahora es destino…



“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe por qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase ‘Todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que-felizmente-la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y ,así, casi podría decir que ‘Todo tiempo pasado fue peor’, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado, recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.

El túnel
Ernesto Sabato

martes, 3 de diciembre de 2013

La noche de lo irremediable (El reloj cangrejo)

…caminaba por aquel callejón oscuro, directo a lo irremediable, pensando en lo contundente de aquella noche, paso tras paso aferrado al destino, al designio de un Dios irreverente, en la búsqueda de aquel sueño inexorable, las paredes se acercaban mas a él, como con intención de abrazarle, como una serpiente constrictora, ventanas sin luz flotaban por encima de él, donde parecía no había vida, en aquel lugar que la esperanza había abandonado y había sido remplazada por una tacita tristeza, por un herrumbre de alma, por el fétido hastió del desasosiego, pero no había otro lugar en el que quisiera estar, ni otro rumbo al que quisiera llegar, había pasado buscando toda su vida aquel callejón, que era tan común como para no parecerse a nada, y tan extraño como para ser real, pero existía en aquel pueblo en donde las estrellas nunca salían, donde las sirenas habían devorado a casi todos los hombres y donde los niños solo aparecían en los cuentos que ya nadie contaba, la oscuridad espesa se agravaba en el semblante de aquel pasillo sinuoso, lúdico en el tiempo que parecía intermitente, sofocado, a rítmico, abrumado por la sequía de voces, por la marchites de la vida de aquel pueblo agonizante, ya estaba cerca de aquel lugar que brillo en sus sueños, que era protegido por una puerta de roble viejo y un candado de hierro fundido en tiempos de espadas, forjado en tiempos de sangre, y de pronto se encontraba frente a aquella puerta, saco una llave de su bolsillo que había llegado hasta él a través de un sueño o quizás de una pesadilla…


Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.


2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

Fin

La noche de los feos
Mario Benedetti

lunes, 2 de diciembre de 2013

Tiempo de nubes

…en este tiempo de nubes, cirrus del corazón, silueta difuminada en el cielo, amor sin consuelo, luz de agonía, tirana la duda viaja por el silencio, naufragio del tiempo a la hora de irse, las noches se van sin despedirse, cabalgan por sueños de eros y de quimeras, lugar sin estrellas, nausea del universo, pensamiento convexo, relativo a vivir, muerte de luna resurgimiento de sol, enarmonia del alma, flare del destino que nunca llego, luciérnaga estelar, campo de orquídeas enarboladas, otoño de Abril, sepia de un bisiesto, todo incompleto, navegante de azar, en este tiempo de dudas, confusión del corazón, imagen en mi mente, amor sin remedio, que se extingue, lleno de dudas, se acaba el tiempo, no hay mas noches para nosotros, nos falta ilusión, no tenemos lugar, indecisión de vida, resurgimiento, intranquilidad del alma, sueños que no se hicieron realidad, tú, con todo lo bueno, estas confundida, no eres lo que creía, no tenemos remedio, se acaba, incertidumbre, es el final, se acabó…



...Tendió la mano desesperadamente, como para
apoderarse de un jirón de aire, para salvar un
fragmento del lugar que ella embelleciera para él.
Ahora todo iba demasiado de prisa, a sus turbias
pupilas; sabía que había perdido para siempre la mejor
parte de su vida; la más pura y la mejor...

El gran Gatsby
F. Scott Fitzgerald
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