jueves, 23 de febrero de 2012

Te retrate un silencio

...te retrate un silencio a la luz tenue de un suspiro, un paisaje o un recuerdo que mas da, un augurio sin futuro casi un sueño prematuro, no es tan duro es silente, una pausa disidente, una crisis aparente, y me siento diferente, algo absurdo, un poco burdo, aun mas agudo, pero no tan rudo, la razón tampoco pudo, por distraída, ya consumida, no destruida, pero caída, no hay sentimiento, solo es momento, de estar despierto, a corazón abierto, como un desierto, sin condiciones, no hay mas razones, ni apariciones, mis conclusiones, son un vació, que hoy es un lió, hasta el hastió, pero confió, que pase el frió, como tu nombre, y que el tiempo sobre, para volver a ser un hombre, con un amor que asombre...



¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?


Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

Por quién doblan las campanas
John Donne

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un fin del mundo de los Cronopios

Con todo respeto a Julio Cortazar

...abrumado por la preocupación onírica de una situación poco certera camina un cronopio por una calle atacada en sus bastiones principales por edificios vestidos de cristal, rodeado de soldados mancos que servían de sostén a varias lumbreras un poco ciegas, contenía sus manos dentro de sus bolcillos como si las escondiera de la inminencia de aquello que le había platicado aquella Esperanza en el mercado de corcho latas y camisones estampados con gatos sonrientes, las palabras más tétricas que había escuchado en su vida, el mundo estaba por acabarse, la Esperanza que caminaba arrastrando el hombro izquierdo por el suelo pero con la cabeza más erguida que él mástil de un barco encallado en una mesa de billar repetía incansablemente en sus oídos que el mundo se iba a acabar, y esta aseguraba tener fuentes fidedignas que respaldaban la idea de que el mundo estaba por terminar, no es común que esto le preocupe a un cronopio pero no podía ignorar a alguien que compartiera el gusto de comprar corcho latas y camisones estampados con gatos sonrientes, así que una tristeza le acompaño por algunos pasos hasta llegar a la vuelta de aquella calle desolada, esquina en la que precisamente fue atravesado por una idea, reunió a sus amigos Cronopios, Famas y Esperanzas, en una de las plazuelas de aquella ciudad agobiada por las sombras de los edificios que crecieron como la hierba en los cimientos de aquella tierra que algún día vio nacer arboles y la cual fue transitada por liebres y otras bestiales especies que no merecieron más que el exterminio o el exilio que es casi lo mismo o quizás aun peor, para abrir su discurso comenzó uno de sus bailes los cuales eran nulamente entendidos por los Famas y que los Esperanzas seguían aun careciendo en conciencia de su significado, después comenzó a cantar notas alevosamente desordenadas que rebotaban precipitadamente sobre las copas de los arboles que atentos inclinaban sus ramas haciendo ese gesto tan humano de inclinar la cabeza y colocar una de las manos en uno de los oídos, los Cronopios entonaban la misma canción cada quien improvisando lo que sus corazones detonaban en ese instante, hasta que de golpe el organizador de esta reunión invoco al silencio y todos los espectadores callaron, un distraído cronopio colocaba un pie frente al otro una y otra vez hacia delante y hacia atrás quedándose apenas en las fauces del baile previo, los Famas se veían los unos a los otros pensando quizás en el tiempo que estaban desperdiciando, o la cantidad de números que habían dejado de contar, o todo lo importante que podrían estar haciendo y que habían dejado de hacer, y las Esperanzas se angustiaron y algunas sin saber porque comenzaron a llorar, el orador que aun no se animaba a sacar las manos de sus bolsillos, comenzó a explicar que el fin del mundo se acercaba, nadie entendía a que se refería, hasta que menciono una palabra que se tambaleo en los oídos de los que se encontraban ahí, “Muerte” los Famas habían oído hablar de ella pero creían tener lo suficiente como para evitarla y preferían olvidarla tomando vinos hechos con uvas jamás sembradas y degustando quesos de cabras con alas, las Esperanzas no entendían la diferencia entre muerte y vida, así que vivían como muertos y morían como vivos por lo cual nunca se percataban de ella pero los Cronopios que habían descubierto la destreza de encontrar las mejores cosas flotando por los aires disfrazadas de burbujas o estrellas fugaces, o arrastrándose en los surcos que van dejando los recuerdos cuando escapan del presente, o en el golpeteo del pico del ave que anuncia esta próxima a entonar una canción de Thelonious Monk, o la simple y excitante sensación de juntar su dedo menique con su dedo anular en repetidas ocasiones acción que los Famas consideraban obscena, los cronopios que no sabían mucho de entristecerse se entristecieron,  la palabra muerte no le agradaba a ninguno de los presentes pero no había forma de explicarles lo que significaba el fin del mundo, aquella tarde de Otoño en Abril, el tiempo palideció, las aves migraron hacia las alcantarillas, la luna cerro sus persianas, las Esperanzas se escaparon hacia un lugar donde un vendedor de bienes raíces les prometía casas con repelente para la muerte y la vida, los Famas vendieron todo lo que tenían a los otros Famas, terminando al final con el mismo dinero pero con diferentes cosas y esto les tranquilizo un poco, mientras los Cronopios se sentaron a contemplar el cielo decididos a terminar de contar las estrellas antes de que se apagaran, pero eso si todos con las manos dentro de los bolcillos…



Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua porque la humanidad respeta las vocaciones, y los impresores llegan ya a orillas del mar. El presidente de la república habla por teléfono con los presidentes de las repúblicas, y propone inteligentemente precipitar al mar el sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios etcétera. Esto permite a los escribas aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo, y que en el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminar por llegar a la superficie. Entonces muchas aguas invaden muchas tierras, se produce una nueva distribución de continentes y océanos, y presidentes de diversas repúblicas son sustituídos por lagos y penínsulas, presidentes de otras repúblicas ven abrirse inmensos territorios a sus ambiciones etcétera. El agua marina, puesta con tanta violencia a expandirse, se evapora más que antes, o busca reposo mesclándose con los impresos para formar la pasta aglutinante, al punto que un día los capitanes de los barcos de las grandes rutas advierten que los barcos avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen en distintos puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de una gran alegría. Los presidentes y los capitanes deciden convertir los barcos en islas y casinos, el público va a pie sobre los mares de cartón a las islas y casinos donde orquestas típicas y características amenizan el ambiente climatizado y se baila hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos impresos se amontonan a orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta, y así crecen murallas de impresos y nacen montañas a orillas de los antiguos mares. Los escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta van a quebrar, y escriben con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta los rincones más imperceptibles de cada papel. Cuando se termina la tinta escriben con lápiz etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas y baldosas etcétera. Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto en otro para aprovechar las entrelíneas, o se borra con hojas de afeitar las letras impresas para usar de nuevo el papel. Los escribas trabajan lentamente, pero su número es tan inmenso que los impresos separan ya por completo las tierras de los lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precariamente la raza de los escribas, condenada a extinguirse, y en el mar están las islas y los casinos o sea los transatlánticos donde se han refugiado los presidentes de las repúblicas, y donde se celebran grandes fiestas y se cambian mensajes de isla a isla, de presidente a presidente, y de capitán a capitán.

"Historias Cronopios y Famas"
Julio Cortázar
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