miércoles, 16 de mayo de 2012

Q.E.P.D. Carlos Fuentes

...cierras los ojos, o al menos eso crees, se torna el silencio, se apaga la luz a la vez que se acerca, se esfuma el aire, se detiene el tiempo, la noche se vuelve eterna, los pensamientos vuelven a su origen, no hay mas historia, ni biografía, la piel se abandona, de la carne se emigra, ya no hay verdad ni hay mentira, un ultimo paso en el ocaso, se cierra el telón, un réquiem y un adiós, no se si hay Dios, ni tiempo para otra vida, ya no respiras, se termino, no sopla el viento, para tus letras, ni nubarrones sobre tu féretro, ni mañanas a toda hasta, ni balas que sueñan con ser palomas en el viento, rumbo al encuentro de alguna nada, en el vacío, en los ecos de tu silencio, hasta el comienzo donde termina, la despedida a tu partida, un pensamiento no hay mas momento para la vida que la misma vida....




Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de perro en cobre, gastada, sin relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos de ciencias naturales. Imaginas que el perro te sonríe y sueltas su contacto helado. La puerta cede al empuje levísimo, de tus dedos, y antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa. Tratas, inútilmente de retener una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado. 



Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado -patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso-. Buscas en vano una luz que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda y cascada te advierte desde lejos: 

-No... no es necesario. Le ruego. Camine trece pasos hacia el frente y encontrará la escalera a su derecha. Suba, por favor. Son veintidós escalones. Cuéntelos. 

Trece. Derecha. Veintidós. 

El olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos.

-Señora -dices con una voz monótona, porque crees recordar una voz de mujer- Señora... 

-Ahora a su izquierda. La primera puerta. Tenga la amabilidad. 


Empujas esa puerta -ya no esperas que alguna se cierre propiamente; ya sabes que todas son puertas de golpe- y las luces dispersas se trenzan en tus pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Sólo tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigues, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y sólo detrás de este brillo intermitente verás, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraerte con su movimiento pausado. 

Lograrás verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra. 

-Felipe Montero. Leí su anuncio. 

-Sí, ya sé. Perdón no hay asiento.


Aura
Carlos Fuentes

miércoles, 9 de mayo de 2012

Cenizas de un sueño

...cenizas de un sueño, esquirlas de Abril, ayer un deseo vehemente sutil pero hoy un recuerdo volátil febril, la noche se apaga, suspira por ti, en la almohada convergen pensamientos sin fin, el tiempo transcurre sin percatarse de si, eternidad pasajera, vigilia pueril, conciencia somera entre pasos de alfil, la verdad no es certera en los susurros del alma, pasa todo antes del alba incluso la calma,  la penumbra se extingue, la noche vuelve a dormir, los sueños se esconden en la niebla, la realidad comienza a surgir, no hay mas lugar en la tiniebla, la luz renace en las ventanas, el universo vuelve a tener ganas, y las campanas volverán a doblar por ti...



¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios... Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.


El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras... Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)


Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.


¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.


El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso...


Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.


No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más... ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir...


Dormir
Amado Nervo
Related Posts with Thumbnails