viernes, 7 de octubre de 2011

El reloj cangrejo VI

Livier miro a aquel hombre fijamente, no parecía tan extraño como se lo imagino en el cuento del abuelo, y aunque su ropa era muy anticuada su mirada era penetrante y profunda como si dentro de él se escondiera algo extraordinario.
-¿Quién es usted? Pregunto Livier al hombre extraño.
-Aun no es tiempo de que lo sepas pero acompáñame a otro lugar.
Caminaron en medio del campo de girasoles que seguían brillando de forma intensa, el sol les daba de frente y era imposible poder ver hacia el horizonte, Livier entendió que se dirigían hacia donde brillaba mas el sol, e igual como le paso en la neblina sus ojos quedaron casi ciegos a causa de tanto brillo, tuvo que cerrarlos para poder seguir caminando, y cuando apenas y los había cerrado, sintió como el brillo desapareció frente a ambos.
El sol ya no estaba y su lugar lo había ocupado una hermosa noche de luna llena, transcurría una cálida noche de verano en alguna parte del mundo y se encontraban frente a una casa de algún pueblo desconocido para Livier.
¿Dónde estamos? Pregunto
Estamos en el pasado respondió el hombre extraño.
Cuando de pronto un bebe comienza a llorar fuertemente, dentro de la casa.
Livier se acerco a la ventana para poder ver lo que sucedía, y ahí estaban una mujer dando a luz a un pequeño barón, la partera recortaba el cordón umbilical y sumergía al bebe en una bandeja de agua, mientras el bebe gritaba desesperado como asustado por su llegada al mundo, después de haberlo enjuagado lo cubrió con una sabana y se lo entrego a uno de los tres hombres que se encontraban en el cuarto. El hombre lo tomo en sus brazos y salió con el de la casa y pronto llego un carruaje a recogerlo, mientras los otros dos hombres consolaban a la mujer que lloraba casi tan fuerte como el bebe.
-¿Qué está pasando? Pregunto Livier.
-¿A dónde llevan a ese bebe?
Estamos en tu pasado, tu lo debes de saber.
-¿El bebe soy yo?
Es imposible esos no son mis padres.
Claramente recordaba la cara de sus padres que aunque murieron cuando él era muy joven en su mente se había impreso una imagen de ambos y casi a diario procuraba acordarse de ellos para que su imagen no se le borrara nunca. Y estos no eran sus padres por consiguiente el bebe no podía ser el.
Los recuerdos no son el pasado, los recuerdos son momentos capturados por la mente que perduran a través del tiempo, solo mantienen lo esencial, lo suficiente para mantenerse vivos, mas no guardan la verdad completamente, sino mas bien son una construcción de la mente para mantener algo latente. Este no es un recuerdo este es tu pasado.
Lo que decía aquel hombre retumbo fuertemente en la cabeza de Livier. Realmente lo único que conservaba de sus padres era una imagen estática de  ambos conversando en la hora de la comida, pero efectivamente no era capaz de recordar que alimentos había en los platos en su recuerdo, ni siquiera podía distinguir si bebían agua o vino, si había un florero o no en la mesa,  y mucho menos alguna palabra de aquella conversación. Aquel hombre extraño otra vez tenía razón.
Entonces Livier recordó, un sentimiento que lo marco toda su vida; el desapego por sus padres, y la soledad que siempre le acompaño. En su niñez cuando comenzó a ser mas consiente de las cosas, lamentaba su soledad, lamentaba el no tener hermanos, lamentaba el no tener de sus padres más que un vago recuerdo que traía a su mente todos los días para no olvidarlos, pero aquel recuerdo era frio, y más que brindarle calor a su espíritu, lo congelaba totalmente, lo sumergía en un vacio que lo convirtió desde niño en una persona solitaria hasta que conoció a Deliry Gretel.
Los recuerdos no son el pasado, los recuerdos son partes del pasado son piezas de un rompecabezas incompleto, que completamos con nuestras propias ideas, basadas en las necesidades de nuestra propia existencia.
Una verdad se revelaba frente a los ojos de Livier, los padres que él poco había conocido no eran sus verdaderos padres, que por alguna razón un hombre se lo había llevado a otra parte en su carruaje, ¿pero los abuelos? Ellos si eran reales y a ellos si podía recordarlos perfectamente.
Regreso a la ventana y contemplo el rostro de su verdadera madre, le pareció tan hermosa, ella lloraba inconsolablemente, el bebe lloraba en el carruaje, y Livier lloro por dentro también.
Saco el reloj de su bolcillo y le pregunto al hombre con voz fuerte la forma en que este funcionaba.
El hombre no cambio su gesto y tampoco dio ninguna respuesta a Livier.
Entonces cerró los ojos y al abrirlos ya se encontraban en otro lugar.
Algo pasaba en el tiempo, se encontraba en el albor de su infancia, en aquel momento que había guardado en su memoria con afán de conservar a sus padres vivos dentro de él, mas esta no era la imagen que el recordaba aunque efectivamente si era un desayuno sus padres no hablaban entre ellos, su madre ponía un par de huevos estrellados en el plato de su padre, y el comía unas salchichas con pan de centeno, el silencio era tan contundente que hasta dolía, como si estuviera recién salido de las cloacas de la memoria de Livier, mas era la realidad y no un recuerdo, se podía percibir el olor de los huevos fritos, la mantequilla con la que era untado el pan, pero sobre todo la solemnidad de aquel desayuno, como si se le rindiera algún luto por la gallina que había puesto sus huevos, o por el cerdo que se había convertido en salchicha, la expresión de Livier de niño combinaba con aquel momento, triste, como ajeno a sí mismo, como perdido en la añoranza de otro destino, pero el destino nunca fue bueno con Livier, ese día por la tarde alguien asesinaría a los que hasta ahora creía eran sus padres, más un sentimiento de tranquilidad acaricio la conciencia del Livier que presentaba aquel escena tan vacía. Esos no eran sus padres y ese era el motivo de aquel vacio que congelo su alma desde niño.
Sujeto fuertemente el reloj con su mano derecha, y este comenzó a brillar intensamente, la frase «Omnia quod perimit sic temporis amputo partes», se reflejo en el suelo de aquella escena como con unas letras hechas de la luz brillante que salía del reloj, el cangrejo también brillaba de forma intermitente, un instante roja, otro instante plateada, los ojos de ambos brillaban con los reflejos emitidos por el reloj, y el tiempo se esparcía en aquel espacio como una suave brisa que se convierte en llovizna.
-¿Qué es este reloj? –Pregunto Livier.
-Lo llamamos el reloj cangrejo – contesto el hombre.
-¿El reloj cangrejo? Repitió Livier con tono de duda.
El hombre se lo pidió un momento y este se lo entrego.
Acompáñame a otro lugar.



Despertar es un salto en paracaídas del sueño.

Libre del agobiante torbellino, se hunde

el viajero hacia la zona verde de la mañana.

Las cosas se encienden. Él percibe -en la vibrante

postura de la alondra- las oscilantes lámparas subterráneas

del poderoso sistema de las raíces de los árboles. Pero a fl or

de tierra

-en abundancia tropical- está el verdor

con los brazos al aire, en escucha

del ritmo de una bomba invisible. Y él

se hunde hacia el verano, se descuelga por

el cráter cegador, hacia abajo

a través de grietas de edades verde-húmedas

palpitantes bajo la turbina del sol. Así es detenido

este viaje vertical por el instante y las alas se ensanchan

hasta ser la quietud del gavilán sobre aguas torrenciales.

Tonos desamparados

de las trompetas de la Edad de Bronce

cuelgan sobre el abismo.

En las primeras horas del día, la conciencia puede abarcar

el mundo

como la mano oprime una piedra entibiada por el sol.

El viajero está bajo el árbol. ¿Se extenderá,

después de la caída por el torbellino de la muerte,

una gran luz sobre su cabeza?



Tomas Tranströmer premio nobel de Literatura 2011


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