miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una estampa japonesa (Cuento con ventajas segundo agujero)

...el tiempo acusa a la memoria, y la memoria se somete al olvido, y el olvido hoy tenia sentido, el sentido que se le da a un recuerdo, caminaba por aquel camino que la llevaría a la cima de aquel monte en donde siempre se encontraba con el los días de primavera, donde aquellos ciruelos al fulgor de la primavera exponían sus mas bellas flores como presumiendo su divinidad, el viento soplaba suave como si atravezara la boquilla de un shakuhachi y delicadamente entonaba una melodía, no había mas en esa montaña solo ella y el recuerdo de aquellos ciruelos floreados en primavera, pero era invierno y un frió espinoso abrazaba fuertemente a aquella montaña y a sus arboles secos, vacíos de la caricia de los pétalos de las flores del pasado, esa mañana el cielo había dejado descubierta la cima de aquella montaña convirtiéndose en un espectro tórrido que giraba en torno a ella, su pasos la perseguian dejando un rastro en la nieve, su alma caminaba junto a ella como si se tratara de su sombra, pero aveces esta tropezaba y caía de rodillas  en el momento en el que sus recuerdos la atravezaban, los recuerdos en donde estaba él, pero ella estaba decidida a llegar hasta a aquel lugar que había  significado tanto para ellos y aunque su alma claudicara, ella llegaría a la cima de esa montaña y dejaría todo lo que era el en ella, todo lo que no querdia dejar de ser, para poder vivir, para seguir existiendo, los recuerdos calaban mas que el frió y se incendiaban dentro de ella, al compás de cada paso su memoria se inundaba de él, se revosaba de sus recuerdos, pero ella estaba decidida y en este lugar ella dejaria todo lo que el significaba en ella, en la cima cuatro arboles uno antes que otro, al llegar al primer árbol, decidió despojarse primero de su imagen que parecía haber sido grabada en los pliegues de su mente, de su hombro que tantas veces le sirvió de almohada, de su pelo que volaba al viento y aveces no, de su pecho que sabia ponerse al ritmo del suyo, de sus ojos que reflejaban el brillo del universo cuando la veía,  de sus manos que aprendieron a esculpirla, de su rostro que aveces aparecía en las nubes, de todo su cuerpo y de toda la materia que lo convertian en el y no en otro, a la sombra falsa de aquel árbol abandono su carne y sus huesos, unos ojos la siguieron viendo con una ternura desesperada, con una mirada capas de cortar el viento,  pero tenia que seguir adelante y cerro los ojos para seguir, camino varios pasos para llegar a el siguiente árbol donde se despojaría de las cosas que surgen, de los besos que aun palpitaban en sus labios, de sus abrazos que dormían junta a ella, de las caricias que hacían fila detrás de la puerta de su habitación, de las noches en que hacían el amor o el amor los hacia, de su manera de verla en la oscuridad embarrada de luna, de su mano unida a la de ella por si un día caía, de las noches interminables que aveces terminaban, de los sueños compartidos que continuaban con la rutina del día, de los amaneceres o de cualquier sinónimo de placeres, de las tardes ocre, purpura y marrón, de sus pasos por el mismo camino que hoy se le escurría, cuando sintió que había dejado todo lo que surge corrió para no ser alcanzada hasta el siguiente árbol, donde dejaría sus palabras aquellas que habían encontrado un refugio cálido en sus oídos, y que se habían refugiado en su corazón por mucho tiempo, aquellas palabras que retumbaban en su memoria, que activaban el mecanismo de las sonrisas y aveces también el de las lágrimas,  las palabras que se escribían derechas sobre renglones torcidos, aquellos renglones torcidos que se habían convertido en el pentágrama donde una orquesta de nostalgias y melancolías recitaban su canción, nostalgias que hablaban el idioma de los poemas, melancolías que navegaban en cuentos, pero no se trataba de solo dejar sus palabras ahí, porque estas siempre le perseguían a todas partes, así que encendió una fogata y las quemo, y aquel humo se fundió con la neblina susurrándole palabras de amor, camino con una sensacion de vació hasta el ultimo árbol ,que ondeaba sus ramas como dichoso de haber conquistado la cima de aquella montaña, con cierta nostalgia volteo hacia hacia atrás y se percato de que los tres arboles se llenaron de hojas marrón y de frutos color purpura que brillaban con la luz del sol, pero  ya solo tenia que despojarse de algo mas que el había dejado en ella y quizás lo mas importante, el amor, ese amor que había sido capas de sobrevivir a sus tormentas, a muchos intentos de olvido fallido, ese amor que intento mutilarse con ideas compradas en el mercado, ese amor que todas las noches se escurría por la ventana, caminaba por la alfombra, que trepaba por la cama y se funcionaba con sus sueños, ese amor que uno cree que no se merece,  así que llego hasta aquel árbol que había crecido a orilla del precipicio que ahora llamaremos agujero y se arrojo...




..Aquella noche nos habìamos acostado sin hablarnos. Yo estuve leyendo, no sè què, de reojo, veìa dormirse a Cecilia. Ella tenìa una expresiòn lenta, dulce, casi risueña, una expresiòn de antes , de cuando se llamaba Ceci, para la que yo habìa construìdo una imagen exacta aque ya no podìa ser recordada. Nunca pude dormirme antes que ella : Deje el libro y me puse a acariciarla con un gènero de caricia monòtona que apresura el sueño- Siempre tuve miedo de dormir antes que ella, sin saber la causa: aùn adoràndola , era algo asì como dar la espalda al enemigo_ No podía soportar la idea de dormirme y dejarla a ella en la sombra, lùcida , absolutamente libre, viva aun.

El pozo
Juan Carlos Onetti

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