miércoles, 11 de diciembre de 2013

El día de las cosas que pasan (El reloj cangrejo)

La luz avanzo rápidamente hacia sus ojos, sus pupilas sosegaron ante el inquietante brincoteo de brillos y colores, desprovisto de un gesto suave, tallo sus ojos para rencontrarse con la felicidad, pero el palpitar de tonos alegres que adornaban aquel lugar le encandilaban y eran precedidos de una marejada de sensaciones nuevas, los colores viajaban por el aire en forma de acordes que se dibujaban entre las nubes de aquel cielo, al son de las sucesiones el tiempo avanzaba rápido, inquietante, sin reparo, la catarsis de su alma desdibujaba dentro de él cualquier mal recuerdo, cualquier rastro de tristeza, como un efecto purificante le hacia brillar, lo camuflajeaba entre aquel universo de colores, la escala de grises de su existencia, había sido sustituida por tonalidades surreales, existentes quizás solo en la mente de aquellos pintores que murieron en el delirio de sus lienzos, camino con cierto miedo, palabra que quizás en aquel mundo aun no existía, atónito ante todo, con su mirada expuesta a cada una de las cosas que pasaban en aquel lugar, y que parecían mantenían una coordinación estricta para embellecerlo, para formar una armonía en conjunto del que él ya era parte y no desentonaba, un camino entre arboles y flores coloridas le invitaba a avanzar hacia lo que el recordaba en aquel sueño como una cueva oscura debajo de una pequeña cascada de aguas cristalinas, se mantuvo caminando con cierto reparo en no extraviarse en la belleza idílica de aquel lugar, aves con plumajes al oleo, insectos prismáticos, animales traslucidos, todos al pendiente de su llegada a aquella cueva de la que emanaba la voz de alguien que le invitaba a pasar, aquella voz que en otros tiempos fue pasado y que ahora es destino…



“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe por qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase ‘Todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que-felizmente-la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y ,así, casi podría decir que ‘Todo tiempo pasado fue peor’, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado, recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.

El túnel
Ernesto Sabato

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