miércoles, 19 de septiembre de 2012

El dulce abismo

...del sueño a el precipicio de la vida, a la inminente manera de vivir en las entrañas del tiempo que no se interesa por nosotros, ahí donde el sol aparece en las ventanas que están hartas de esta monotonía, a pesar de la lluvia que aveces no para y de esas lunas que no se esfuerzan por verse mejor, aprendemos a vivir con el corazón desplumado, con las tripas empachadas de tanto pudor y los sentimientos colgados en cualquier tendedero, aplaudiendo cada marea que nos ha dejado vacíos entre la intrascendencia y lo superfluo, agonizando entre las sonrisas y las lagrimas, arrullados por las notas de los vientos venideros que no saben llegar, hacinados entre las islas que navegan en esta penumbra, en esta soledad inversa que nos aleja cuando mas estamos cerca, que nos refunde en el dulce abismo de la nada,   en el superlativo camino de tropiezos, absolutos en nuestra gracia de ser por ser sin tener que serlo, en la oblicuidad de los pasos a través del sendero que dejo de seguirnos hace un tiempo atrás...




Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur. Y acaso a estos ruidos se había anticipado alguna emanación más rápida y más penetrante que, filtrándose en mi sueño, le infundía una tristeza que presagiaba la nieve o bien hacía entonar en él a cierto pequeño personaje intermitente tan numerosos cánticos a la gloria del sol, que acababan por provocar en mí, dormido aún, con un asomo de sonrisa y dispuestos los párpados cerrados a dejarse deslumbrar, un estrepitoso despertar en música. En aquella época, yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto. Sé que Bloch contó que, cuando iba a verme por la noche, oía un rumor de conversación. Como mi madre estaba en Combray y él no encontraba nunca a nadie en mi habitación, dedujo que hablaba solo. Cuando, mucho más tarde, supo que Albertina vivía entonces conmigo y comprendió que la escondía de todo el mundo, dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba. Pero era muy disculpable, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan en seguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.

...

Por consiguiente, amigos míos, no cambiéis esta cultura, esta diosa etérea, de pie ligero, por esa útil doméstica que a veces recibe incluso la denominación de “la cultura”, pero que no es sino la sierva y la consejera intelectual de las necesidades de la vida, de la ganancia y de la miseria. Por lo demás, una educación que haga vislumbrar al fin de su recorrido un empleo, o una ganancia material, no es en absoluto una educación con vistas a esa cultura a que nosotros nos referimos, sino simplemente una indicación de los caminos que se pueden recorrer para salvarse y defenderse en la lucha por la existencia. Indudablemente, semejante indicación tiene una importancia máxima e inmediata para la gran mayoría de los hombres: cuanto más difícil es la lucha, tanto más debe aprender el joven y tanto más debe poner en tensión sus fuerzas.

Pero nadie debe creer que las instituciones que lo incitan a esa lucha y lo capacitan para combatir pueden considerarse como instituciones de cultura. Se trata de instituciones que se proponen superar las necesidades de la vida: así, pues, pueden hacer la promesa de formar a empleados, o a comerciantes, o a oficiales, o a mayoristas, o a agricultores, o a médicos, o a técnicos. Sin embargo, en esas instituciones se aplican, en cualquier caso, leyes y criterios diferentes de los necesarios para fundar una institución de cultura: lo que en el primer caso está permitido, podría ser en el segundo caso un error delictivo.

La prisionera 

1 comentarios:

•• J a d e •• dijo...

Tal vez es sugestión, tal vez es por que sé de los nuevos caminos que transitas.... pero hacía varios post que no entraba a tu blog y ahora que regreso, tus letras me suenan como "más maduras"... bueno tal vez ese adjetivo no le haga justicia a lo que quiero decir, pero no se me ocurre otro.... no se, como que ahora tus letras se leen "mas en serio"....

No me decidía en que post dejarte un comentario, por que hay muchas frases que me han fascinado.... pero me quedo con este retrato de humanidad... "aprendemos a vivir con el corazón desplumado, con las tripas empachadas de tanto pudor y los sentimientos colgados en cualquier tendedero,[...] agonizando entre las sonrisas y las lagrimas"....

Siempre insistiré: LO TUYO SON LAS LETRAS!!

:)

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