martes, 8 de octubre de 2013

Introspección

…y de repente estaba solo, sin tiempo, sin sonido, con el brote instantáneo de una lágrima, con un silencio agudo que atravesaba mi garganta, muda en ese instante con dirección creo yo a mi corazón, al frió y denso camino de mi alma, de esta parte nublada de mi ser, de este eclipse de luna, de este mar colapsado y pensé en la luz que me faltaba, los tiempos de antaño semanas atrás, cuando la felicidad tenia nombre pero que ahora yacía sepultada detrás de mis ojos, en esta humedad desdibujada, cerré los ojos para escapar de la oscuridad, para encontrarme con aquel hombre que fue antes de ti, que nació sin ti, y que quizás morirá sentí, y lo encontré sentado, mejor dicho derrumbado, frente a tu puerta o la de tu alma, hundido en el desasosiego, en la caridad de los recuerdos que desfilan uno a uno en sentido contrario a tus calles, lejos de tu cielo, cerca del olvido, y aquel momento se convirtió en memoria, en una llaga mas de esta historia donde los personajes huyen hacia el desencuentro, donde la marea sube para ahogar nuestras esperanzas, volteó y te encuentro ahí sentada junto aquel hombre que fui yo, clamando las mismas penas de este amor que no fue amor, llorando hasta el ultimo recuerdo…


¿Por qué tenemos que quedarnos todos tan solos? Pensé. ¿Qué necesidad hay? Hay tantísimas personas en este mundo que esperan, todas y cada una de ellas, algo de los demás, y que, no obstante, se aíslan tanto las unas de las otras. ¿Para qué? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando? Me tumbé de espaldas sobre una piedra plana, alcé la vista hacia el cielo y pensé en la multitud de satélites artificiales que debían de estar girando alrededor de la tierra. El horizonte aún estaba ribeteado de una pálida luz, pero en aquel cielo teñido de un profundo color vino empezaban a brillar ya las estrellas. Busqué en él la luz de los satélites. Pero aún había demasiada claridad para que pudieran apreciarse a simple vista. Las estrellas visibles permanecían inmóviles, cada una en su lugar, como clavadas en el cielo. Cerré los ojos, agucé el oído y pensé en los descendientes del Sputnik que cruzaban el firmamento teniendo como único vínculo la gravedad de la tierra. Unos solitarios pedazos de metal en la negrura del espacio infinito que de repente se encontraban, se cruzaban y se separaban para siempre. Sin una palabra, sin una promesa.

Sputnik, mi amor
Haruki Murakami

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