lunes, 9 de agosto de 2010

En el espejo

...te encontré frente a un espejo que parecía tan profundo, inmóvil, como clavada a un sentimiento, absorta ante tu propia imagen, cegada por tu propia luz, enajenada ante la imagen que se postraba ante ti, tu rostro no mostraba ningún sentimiento, parecía que el espejo te había robado tu existencia, tu mirada fija, como hilando algún recuerdo moribundo, como si aun aire pasajero te hubiera arrasado, o algún fuego eterno te hubiera consumido, o como si tu vida no se hubiera dado cuenta de que ya no existías, pero ahí estabas, en una soledad abrasadora, aferrada a un pedazo de tiempo que no pretendía estar cerca de ti, hundida en un silencio embustero, de pronto note que una lágrima se escapaba de ti y un rayo de luz la acompañaba, atravesó tu rostro como añorando el suelo, tenia una vida sin conocerte y alguna casualidad me habia atravezado en tu momento, pero tu mirada seguía intacta fija ante el espejo,  tuve temor de interrumpir tu duelo, y me marche aunque algo en mi alma me decia que a quien veias no era a ti si no a mi...


Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación.
He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

El silencio de las sirenas
Franz Kafka, Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924

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