"La triste historia de la paloma que se enamoro de un Pato"

"La triste historia de la paloma que se enamoro de un Pato"

Chapoteaba en la fuente después de un largo viaje, la promesa escrita en su instinto le había llevado hasta aquel lugar que escapaba del invierno donde el cielo no era tan gris y el sol aun no salía de vacaciones, el viaje había sido largo pero aquel baño le convencía de que había valido la pena, una a una remojaba sus plumas que brillaban como arcoíris al contacto de las gotas de agua,  ella lo observaba postrada en el hombro de la estatua de uno de los niños que adornaban la fuente y que simulaban estar jugando  arrojándose agua entre ellos, como muchos niños suelen hacer en las calurosas tardes de verano, nunca había visto unas plumas de ese color, las de su cabeza eran de un color verde esmeralda, su pico como el  mejor amarillo de un girasol, sus ojos café profundo, su pecho oscuro erguido sobre sus patas de un naranja atardecer, y sus alas de un gris degradado del pecho como si los tonos hubieran avanzado armoniosamente hasta conseguir tal combinación, en la prolongación de sus alas se asomaba un azul cobalto como en la noche estrellada de un pintor subestimado, todas sus plumas parecían ser obra de un creador enamorado de la belleza misma, al menos eso pensaba mientras lo veía, ella sencilla e inocente, blanca como la espuma del mar, ojos rojos como de un fuego intenso, no podía separar su mirada de él,  le parecía el ave más hermosa que había visto jamás, el no se había percatado de su presencia, se esmeraba en acicalar sus plumas, una a una con armonioso ahincó, los rayos de sol que se cruzaban con las gotas retomaban una fuerza especial que encandilaba sus ojos, y pensó entonces que el amor debe brillar tanto como para lastimar los ojos, que debe brincar de un alma a la otra dejando una estela de suspiros, que debe revolotear en la piel hasta impregnarla de nuevos sentimientos, que el amor debía de apachurrar el estomago, acariciar la mente, despertar los sueños, y ella en este momento estaba enamorada, el cielo se había convertido en espuma, el tiempo parecía estar descansando, y la vida navegaba en vez de caminar, no había duda era amor, tan instantáneo como para crear nuevos universos, tan de repente, tan de la nada, como se hacen las estrellas, las estrellas que crecen en el corazón, pero que triste este amor, porque los patos se van, y no temen hacerlo, simplemente se alejan del invierno, sin voltear atrás, sin temor en convertirse en estatuas de sal, simplemente se van, y este lugar no era el sur así que extendió sus alas para emprender su vuelo y se fue...

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.


¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se le puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.


Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)


Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar aun panteón.


Espero curarme de ti
Jaime Sabines