martes, 20 de septiembre de 2011

El reloj cangrejo (III)


...era media noche y el viento zumbaba al toparse con las cornisas de las casas, las ventanas temblaban de frio y el cielo había bajado de nivel transformándose en una espesa neblina, solo la soledad caminaba por las calles y si era extraño que alguien visitara a Livier a cualquier hora del día, era casi imposible que alguien lo hiciera a media noche, pero había una realidad en sus oídos y era el sonido seco de unos nudillos secos tocando la madera seca de la puerta seca de su casa, por su mente no pasaba quien podría estar tocando ya que tenía tiempo que ya nadie pasaba por su vida, en otras circunstancias su corazón se habría emocionado de pensar que alguien lo visitaba y le robaba un poco de la soledad en la que estaba sumergido, pero en esos momentos mas que emoción sintió un escalofrió que recorrió todo su cuerpo, pensó en ignorar el golpeteo de la puerta pero este era incesante, así que con gran esfuerzo y dolor dio un brinco de la cama a la silla de ruedas, su casa permanecía oscura sin ningún rayo de luna atravesándola entonces prendió una vela, y lentamente se dirigió hacia la puerta, el escalofrió había llegado hasta las ruedas de la silla y casi pudo volver a sentir sus piernas, que habían dejado de caminar desde hace muchos años, se postro frente a la puerta y con una voz temblorosa pregunto que quien tocaba, pero nadie contesto solo los nudillos golpeando la madera que retumbaban en el interior de la casa convirtiéndose en un eco un tanto tenebroso, Livier insistió pero no obtuvo respuesta, hasta que de pronto la persona que tocaba la puerta al parecer se retiro, pronto se asomo por la ventana a ver si a través de la neblina podría observar a alguien pero nadie parecía andar por ahí, solo el viento y la soledad, que extraño pensó Livier, mas imagino que quizás algún forastero o algún vagabundo habían tocado la puerta, pero que extraño que no respondieran, un poco aturdido por este acontecimiento de media noche regreso a su habitación y se arrojo a la cama con esa fuerza de los brazos que poco a poco con el paso del tiempo se iba mermando, Livier estaba completamente seguro de que el día que sus brazos ya no tuvieran fuerza seria su ultimo día ya que si no estaría destinado a dormir en su silla el resto de sus días, y no creía que existiera un Dios tan malévolo como para hacer esto, más los Dioses ya habían abandonado a Livier, y la falta de amor casi había extinguido su alma y lo había convertido en un adefesio moribundo y frio sentado en una silla de ruedas, ya en su cama pensó por primera vez en ¿Cuando? Si es tan contundente la muerte y tan definitiva ¿porque el seguía vivo?, ¿porque la vida se ensañaba en hacerlo sufrir por más tiempo?, esto le parecía una burla del destino, o un designio macabro de algún ángel que se empeñaba en mantenerlo al borde del sufrimiento y la soledad, en ese momento deseo las ganas de abandonarse, de dejarse ir y nunca más despertar, dar un paso hacia la inexistencia, se imagino el mundo sin él, y eso le entristeció tanto que comenzó a llorar, el mundo sin él era el mismo mundo, el ya no hacía falta al mundo y quizás nadie se daría cuenta de que el ya no estaba, se imaginaba a la gente pasando frente a su casa ignorando quien vivió ahí, que hizo, que fue de su vida y como murió, pensó en su silla de ruedas sola frente a la ventana y eso le partió el corazón y su llanto no ceso, el tiempo había hecho con él lo que le hace a las piedras, lo había endurecido, pero quizás las piedras también lloran solo que no han aprendido a sollozar y Livier volvió a sentirse un poco vivo a través del llanto, una a una sus lagrimas empapaban su alma, y le brindaban alguna especie de calidez, a pesar de la tristeza se sintió tan bien llorando, no por nada llegamos al mundo llorando cuando vemos la luz por primera vez al abandonar el vientre de nuestras madres, quien no llora esta menos vivo que quien lo hace, no existe ninguna otra especie que puede derramar lágrimas emotivas, solo los humanos, y quizás si debe haber un buen momento para retirarse de la vida como humano debería de ser llorando, entonces lloro y empezó a morir.

La vida poco a poco se apagaba en él, como el invierno decolora un campo de girasoles, un gris frió se preparaba para teñir su cuerpo, por su mente el paso de casi toda su vida como si estuviera hojeando un álbum de fotos, transcurrian por su mente un sin numero de recuerdos, y entre tantos recuerdos el que parecía ser el ultimo, era el de su abuelo moribundo en una cama entregándole el reloj de bolsillo que tenia grabado en su frente un cangrejo, su respiración se aletargaba y los latidos de su corazón avanzaban lentamente como al final de una nota en una canción y el silencio en su pecho cada vez era mas inminente, pero las lagrimas no cesaban, sus ojos extraviados en algún punto de su habitación, exaltaban la mirada mas triste que aquella noche pudo haber existido, su vida se alejaba y su tiempo estaba apunto de terminar, en un movimiento casi imposible saco el reloj de su saco y lo apretó fuertemente, gastando quizás sus ultimas fuerzas y llorando quizás su ultima lagrima.

Pero el sonido seco de un golpeteo en la puerta espanto a la muerte, la persona que antes había tocado había regresado así como la vida otra vez poco a poco circulaba por sus venas, vaya forma de interrumpir a la muerte pensó, pero de alguna forma extraña la energía vital había regresado a el, y la melodía de su vida aun no había llegado a su ultima nota si no que se había estacionado en un silencio previo al culmen del fin de su vida.
Se pregunto a si mismo si aun tenia las fuerzas para volver a montarse a su silla de ruedas pero sus brazos aun tenían fuerza así que ahora si estaba decidido a abrir la puerta contestara o no la persona, quizás era la muerte que había encontrado una forma mas cordial de visitarlo aquella noche, así que con mas animo que de costumbre avanzo rápidamente hacia la puerta mientras el sonido del golpeteo de la puerta se estrellaba contra las paredes de su casa.
¿Quién es pregunto? y antes de obtener alguna respuesta abrió la puerta.



No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Roc.

El interrogador
Julio Cortazar

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