jueves, 28 de marzo de 2013

Los dias soleados

…susurro al viento las notas de otros tiempos, ambrosia de un silencio prolongado, quizás desviado hacia las hecatombes internas que ahora invernan en el hastió de lo superfluo que hoy por siniestro cayo al olvido, un recorrido por la memoria, surco de historia, pasos sin ruido, no hubo mas gloria que lo vivido, siendo elocuente, vistes de ausente, portas contigo el desatino, los des fortunios de un mal destino, bajo el dominio de la sapiencia que ya no piensa solo y contigo, un abandono bien decorado, bisutería de lo esperado, se han prolongado las incoherencias, sin mas carencias que lo olvidado, en el pasado gotas del tiempo, acurrucado en fantasías, mitomanía de un amor ya mutilado, que vive en un frio lugar de augurios ya reciclados, no he mejorado en ese arte que es olvidarte los dias soleados...





Se sintió enfermo de deseo.

Se había alejado del mar y se encontraba ahora en plena ciudad, cerca del mercado. En la esquina, una puta surgió del hueco de una puerta. Sostenía por encima de la cabeza un paraguas desplegado.

Ella le dijo:

- ¿Vienes, chato?

Él la miró:

- ¿Para qué?

Se quedo bastante sorprendida. No supo hacer otra cosa que repetir:

- ¿Vienes, chato?

Él volvió a preguntar:

- ¿Para qué?

Ella prosiguió con su melopea:

- Para ti sólo serán cien pavos.

Él se encogio de hombros:

- Cien pavos, y ni siquiera sabe explicarme para qué.

Ella se irritaba:

- Déjate de cuentos, guapetón. Cien pavos no es caro. Mirá si estoy bien hecha.

Él la examinó:

- Lo que no me gusta es el paraguas.

Se fue. Ella gritaba:

- Cochino, granuja, patán.

Se sentía enfermo de deseo. Helena.

Helena. Helena.

Helena.

[...]

Esperaron el tranvía un largo rato, luego entraron en el bosque. Caminaron entre los árboles de sílex y bajo sus pires se fragmentaban hasta convertirse en polvo hojas grises y metálicas. Hacía mucho frío.

- ¿No tienes demasiado frío? -preguntó Lehameau.

- Oh no. Cuando estoy con usted me da calor.

- ¿Es verdad? -preguntó Lehameau riendo-. Yo también, sabes -añadió entonces muy serio-, cuando tu estas conmigo, ya no pienso en el frío, en la dureza del tiempo.

- ¿Es usted desgraciado, señor Bernard?

- ¿Yo? No. ¿Por qué piensas que puedo ser desgraciado? No soy desgraciado. No soy feliz, no es lo mismo. Pero tampoco busco ser feliz. Pero tú eres aún demasiado pequeña, demasiado joven, para entenderlo.

[...]

Leía El Diario de un Burgués de París, en tiempos de Carlos VI y Carlos VII: Item, en ese tiempo estaban los lobos tan hambrientos que desenterraban con sus patas los cuerpos de las gentes que enterraban en los pueblos y en los campos; pues por todas partes se encontraban muertos en los campos y en las ciudades, debido a la grande pobreza, al rigor del tiempo y al hambre que sufrían, por la maldita guerra que seguía aumentando de día en día, de mal en peor.

La cosa duraba así durante páginas y páginas. No era nada divertida la Historia, pensaba la señora Durtertre, los hombres nunca llegarían a salir de ahí, se desesperaba. Y decir que, hacían tan sólo tres años, había aún montones de gente que no sólo se creían felices sino que también pensaban que la cosa seguiría siempre así, incluso mejorando, y otros para quienes la Paz había bajado a la tierra para establecerse para siempre. La señora Durtertre suspiró y luego volvió a su lectura: Item, en ese tiempo había una gran mortandad, y todos morían de calor que en la cabeza les cogía y luego la fiebre; y morían...

[...]

- Qué tiempo, qué tiempo -murmuró la señora Dutertre.

- Un tiempo de invierno -dijo Lehameau alegremente-. Un tiempo de febrero. Si la nieve no cae en invierno, ¿cuándo caerá? Es mejor que caiga en invierno que en verano, ¿no le parece?

- Sí, claro. Así hay que tomarse la vida, Bernard, la vida de los hombres, no es como el tiempo. A partir de un cierto momento ya no para de nevar. Nieva, nieva, no para de nevar, se convierte en un pesado dolor, no puede usted saberlo, y el buen tiempo no volverá, uno puede estar seguro.

- Es también mucho mejor que nieve cuando uno es viejo que cuando uno es joven, ¿no le parece? Y además la nieve es muy bonita también: la nieve de verdad.

[...]

Afuera nunca había hecho tanto frío.

Un duro invierno
Raymond Queneau

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