lunes, 12 de mayo de 2025

Optimismo

 ...Un rayito de luz se coló por mi ventana,

brincó, saltó entre mis sábanas,
pasó por mis ojos, secó mis párpados,
me mostró un camino de esos que no tienen abrojos.
Me contó que la vida tiene más colores que el blanco y el gris,
me mostró que mi alma es incluso un tapiz.
Y de pronto, mis jardines volvieron a ser verdes,
y de repente, volvió a llover en mi corazón.

Pero no era una lluvia triste,
era una lluvia mansa,
de esas que despiertan las semillas dormidas,
que limpian el aire y lo llenan de danza.
El rayito jugaba entre gotas temblorosas,
tejiendo en mi pecho un rincón de rosas.
Me dijo que aún hay soles esperando ser vistos,
que incluso en las noches más largas
el alma puede encender sus propios faros.
Entonces abrí las cortinas del miedo,
dejé entrar la brisa,
y con ella,
una certeza tibia:
estoy vivo,
y donde hay vida,
puede florecer la esperanza...



No te rindas – Mario Benedetti

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros
y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda
y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estás solo,
porque yo te quiero.


lunes, 5 de mayo de 2025

Te dejo

....te dejo el eco de mi nombre cuando ya no te diga nada,

las palabras que no dije, por orgullo o por temor,
las que dije mal, por no saber despedirme bien.
Te dejo la ternura, deshilachada y sola,
como un abrigo colgado en la estación errada.

Te dejo mis pasos que aún suenan en tu casa vacía,
la sombra de que se sienta en tu silla,
el olor a domingo sin nosotros,
los sueños que ahora ya no saben con quién soñar.
Te dejo el futuro que no fue, las promesas sin verbo,
la lluvia que no mojamos juntos,
y esta tristeza —tan mía, tan tuya—
que ya no cabe ni en mí...



Carta a una señorita en París

Julio Cortázar

En Buenos Aires, en la calle Suipacha, a usted la han destinado a vivir mientras trabaja en la sucursal, y ha tenido la amabilidad de ofrecerme su departamento de la calle Arenales. Me lo ofrece por carta, desde París, y yo acepto inmediatamente porque en este momento me encuentro sin casa, sin perro, y sin esperanzas.

Le agradezco la habitación con balcón al frente, la posibilidad de hacerme servir el desayuno a las ocho y media, y de comer y cenar fuera como de costumbre. No si el departamento tiene biblioteca. He traído mis libros, que son pocos.

La mudanza fue sencilla, de eso quería hablarle. Lo que me tiene preocupado, lo que me ha preocupado siempre, desde que era niño, es que vomito conejitos. Esto no sería nada si se tratara de un hecho excepcional, de algo que ocurre una o dos veces en la vida, lo mismo que un eclipse o una carta inesperada. Pero desde niño, desde que me acuerdo, he tenido que sufrir esto, y los médicos, tras mucho consultar entre sí, decidieron declararme incurable.

Al principio mi madre pensaba que yo me tragaba los conejitos, como otros chicos se tragan una moneda o un caramelo. Se daba la coincidencia de que casi todos los días me regalaban un conejito (eran de angora), y al poco tiempo se me encontraba vomitando. Yo era un niño triste, con el pelo lacio, las manos frías, y nunca hablaba si no era preguntado. Me gustaban las migas de pan, las cajitas de fósforos, las medallas.

Durante años vomité conejitos. No muchos: uno cada tres semanas, en promedio. La vida me fue enseñando que debía ocultar este rasgo, y así me hice hombre, pude emplearme en oficinas, hacer amigos, llevar una vida común.

Ahora, en su casa, sucede que al instalarme, con el cansancio de la mudanza, con esa manía de querer saber cómo funciona la ducha y si el tendero de enfrente me fiará la leche, he vomitado el primer conejito. No me ha sorprendido, pero me ha preocupado un poco.

He pensado que usted debe saberlo. Lo peor no es el conejito, lo peor es que la serie haya empezado otra vez. Los conejitos son tan blancos, tan suaves, tan limpios. Pero exigen tanto cuidado. Uno no puede dejarlos sueltos por la casa, porque mordisquean los libros, ensucian los sillones. Lo mejor es tenerlos en una jaula, alimentarlos con lechuga y agua fresca, cortarles las uñas, sacarles los piojos.

Yo no podría matarlos. No tengo ese valor. Y si los libero se me pierden por la casa. Una vez me pasó en Montevideo, en casa de unos amigos. Vomité un conejito sin que nadie me viera, y me pareció más prudente dejarlo suelto.

Cuando volví de la calle no lo encontré. Lo busqué durante dos días. A la tercera mañana mis amigos me echaron. Dijeron que no podía ser que alguien se pasara las noches dando vueltas por la casa, que entrara al cuarto de baño a las tres de la mañana, que hiciera ruidos en el desván.

Ahora he vomitado otro. Comprendo que esto va a seguir, que no podré detenerlo. He pensado en un sistema de jaulas, en ese nicho del ropero donde están los sombreros de verano. Pienso hacerles un pequeño corral.

Me gustaría que usted supiera que esto no es sucio, ni repugnante. Los conejitos son tan blancos. Tan suaves.

Le escribo esta carta, y me gustaría que usted la comprendiera. Que no me obligue a mudarme otra vez. Que comprenda que no tengo otra casa.

Yo cuidaré bien los muebles. Daré propina al portero. No haré ruido. Le prometo que apenas note que voy a vomitar un conejito lo llevaré enseguida a la jaula. No los dejaré sueltos.

Y además, quién sabe, tal vez esta vez no pase de cinco o seis. O tal vez se me cure del todo.

Pesimismo

...no hay bien que por mal no venga, ni memoria que lo sostenga. Todo puede salir mal, pero el mundo insiste en demostrar que aún lo peor tiene margen. Extraño los días soleados, las tardes naranjas que sabían a tregua, las noches de luna llena donde al menos la sombra tenía sentido. Hoy lo alegre es triste, y lo triste ya no alcanza.

Se ha vaciado incluso el consuelo. El optimismo es una superstición de los distraídos, una rama seca a la que llaman esperanza por costumbre. Las cosas no mejoran; se desgastan, se pudren con elegancia. El tiempo no cura nada: archiva, disimula, convierte las heridas en arquitectura.

Hay una forma sutil en que el alma se cansa, no de sufrir, sino de esperar a que algo cambie. Porque no cambia. Solo se transforma, se disipa como el calor que abandona una taza olvidada. Ya no hay tragedias grandes, solo repeticiones meticulosas del mismo desvelo, del mismo silencio que arrastra los muebles por dentro.

Las sonrisas ya no significan nada. Son un reflejo muscular, un deber social. La alegría se volvió un acto de cortesía, un modo discreto de no alarmar a los otros, no vaya alguien a pensar que no me gusta la vida y algún día me dediquen su mal día, no creo ser para tanto, pero mientras tanto, por dentro, todo calla de más, como si hablar fuera una falta de respeto frente a lo inevitable, un cansancio interminable, una gota que ni siquiera sabe derramar vasos, esos donde las tormentas vacacionan debido a mi sequia. 

Y lo inevitable, lo que todos evitan nombrar, es esto:
que no siempre se toca fondo,
porque el fondo también cede.
Y uno cae —no con violencia,
sino con una parsimonia digna de los relojes rotos—
hasta volverse, silencio, nada, paz y vacio...


Límites

Jorge Luis Borges

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.

Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años:
la muerte me desgasta, incesante.


La soledad de un cronopio

...un cronopio, suave y tibio como debe ser, encontró una soledad tirada en la vereda. No era una soledad común, de esas que hacen ruido con el viento o se acongojan en los rincones, sino una soledad blandita, como de pan mal horneado, con un botón suelto y olor a domingo sin cartas.

El cronopio la miró, la pateó despacito con el pie izquierdo, luego con el derecho (porque los cronopios son ambidiestros del alma), y se le pegó en la suela. Caminó entonces con la soledad colgando, como quien lleva un gato mojado y no quiere que se note.

Durante días habló con ella. Le contaba secretos inventados, le recitaba poemas de una sola palabra, y la cubría por las noches con papel de diario para que no tuviera frío. Pero la soledad no decía ni mú, es más ni siquiera un fa, apenas temblaba de vez en cuando, como si soñara con alguien que ya no la soñaba, como un olvido de cuerpo presente, como un humito que poco a poco se esfumaba.

Un fama lo vio y le ofreció un remedio. “Con este jarabe la soledad se te va volando”, dijo, y el cronopio lo miró como se mira a los relojes rotos. “¿Y si quiero que se quede?”, preguntó el cronopio, y el fama se fue indignado, anotando el caso en su libreta de anormalidades.

Un día la soledad se cansó de ser soledad y quiso ser abrazo, pero el cronopio ya no sabía cómo. La envolvió en una servilleta y la dejó en un banco de plaza, justo debajo de un árbol que no daba sombra. Luego siguió caminando, más liviano, le volvieron a crecer palabras a sus poesias, pero con algo menos de música.

Desde entonces, dicen que hay una soledad sentada en una plaza, esperando que la pateen de nuevo. Y un cronopio en alguna parte, buscándola sin buscar...




Instrucciones para llorar”

(de “Historias de cronopios y de famas”)

Instrucciones para llorar

Dejar caer las lágrimas hasta que escurran por la cara.
Cuando uno oye que lloran a su lado,
y las lágrimas están bien caídas,
hay que dejar de llorar,
salvo que se esté solo y entonces está permitido seguir.

Es útil situarse frente al espejo y llorar como quien canta o se lava los dientes.

Hay que dejar que las lágrimas caigan naturalmente,
no intentar nunca llorar más rápido,
ni con mayor sentimiento.

Algunas personas se ayudan con una cebolla,
pero eso es para tontos.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo,
y si esto no le produce lágrimas inmediatas,
piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes que nadie va a visitar.

(Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas)

domingo, 4 de mayo de 2025

Exilio

...y así se forma el olvido,

así se esculpe el desdén,

así pinté mi retiro,

así te extravié en el andén,

con la maleta del alma vacía,

y un adiós que no quiso ser.


Dejé tus ojos en pausa,

como un reloj sin después,

te llevaste mi ternura gastada,

me quedé con el eco y la sed.

No hubo gritos ni portazo,

solo final al inicio del ocaso. 


Pinté de sombra los días,

cerré la puerta sin ver,

las paredes guardan tu risa,

pero ya no me pueden doler.

Archivé tu nombre en la niebla,

donde no me puede arder.


Y fui perdiendo tus formas,

como se olvida una canción,

como el perfume en la ropa,

como un suspiro sin dirección.

Ya no sé de tus inviernos,

ni de tu forma de hablar del sol.


Así se forma el olvido,

no de golpe, sino a pincel,

como un lienzo que se borra

cuando el alma deja de ver.

Así firmé mi exilio,

con tinta de no volver.



Ya no

de Idea Vilariño

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo
nunca
ni si era de verdad lo que decías que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
ya no serás para mí
más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche
nunca
volveré a tocarte.
No te veré morir.

jueves, 1 de mayo de 2025

Dormir

...cierro la puerta, cubro ventanas, cuelgo sortilegios, esparzo amuletos, sello mi corazón, apago la mente. Se acerca la noche, el momento de emparejar mi cabeza con la almohada. Apago la luz, atenuo mis pensamientos. Espero que hoy no tengas ganas de tormento: tu sombra merodeando mi cama, tu fantasma flotando sobre mí, yendo de un lado a otro, con una sonrisa, con una mirada triste, con gestos incompletos, con muecas viles, como mofándose de mí.

Espero que hoy no te postres a mis pies, ni te recuestes en mi regazo. Espero que no empieces a decir lo que se había quedado inconcluso. No vengas hoy. Déjame dormir. Déjame escaparme de ti. Libera mis recuerdos de ti. Ya te fuiste, yo me quedé… o quizás al revés.

Cuida tu alma, donde la traigas, y deja en paz la mía, que aún es susceptible a ti, a tus ausencias, a los huecos que fuiste dejando por los lares de mi vida. No juegues con mis heridas. No punces más mis llagas. Hoy no vengas. Hoy déjame solo, como te esmeraste en hacerlo… sin realmente hacerlo.

No quiero verte esta noche. No quiero encontrarte en sueños, mucho menos en pesadillas. Olvida hoy de venir. Lleva tu ánima a otra parte, donde quizás ya es más feliz. Pero no llegues… que hoy realmente quiero dormir...





Barrio sin luz

¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer -mirando el último crepúsculo-
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades -hollines y venganzas-,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal
como una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre sus aguas se avergüenzan
de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos… la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra.


Pablo Neruda

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