...ayer en mis andadas nocturnas por el mar me encontré con un iceberg, empezamos a platicar de temas muy actuales como el calor global, la crisis, y el creer, me platico un poco de su vida, había vivido en Groenlandia pero por asares del destino se tuvo que desprender de ese lugar, y ahora andaba y andaba por los mares, recordaba con nostalgia los tiempos en los que sus antepasados podían hacer naufragar barcos gigantes, pero estos eran otros tiempos, yo le platicaba de nuestra actualidad en el mundo, la crisis por ejemplo le hable un poco de mi esclavitud global, le explicaba que solo logrando ser astronauta podríamos escapar de este mundo, en el cual el grande aplasta al pequeño, platique también con nostalgia los tiempos en los que pensadores, quizas extraterrestres, soñaron con un mundo común, pero bueno los humanos no entendemos de esas cosas, pocos podemos separarnos del yugo invisible que sujeta nuestros cuellos, somos esclavoz de un tiempo en el que si intentas hacer algo te va como un che que conoci alguna vez, tuve la sensación de que logre conmoverlo, que triste me dijo, vivimos tiempos dificiles, nos estamos derritiendo, su analogía se me hizo tan acertada, y después dijo ya solo nos queda creer, volví a agachar la cabeza, con el afán de acomodar esas palabras que retumbaron en mi cabeza, ¿creer? entonces levante la cabeza con la pregunta decidida de como hacer para creer, pero el pobre iceberg ya no estaba, aquel mar ahora era mas grande...

(...)
Toda la pompa y la alegría se habían desvanecido y no quedaba sitio para ninguna esperanza. El testimonio final, grandioso como un entierro para aquella fugaz civilización del oro nacida para morir, fue dejado a los siglos siguientes por el artista más talentoso de toda la historia de Brasil. El «Aleijadinho», desfigurado y mutilado por la lepra, realizó su obra maestra amarrándose el cincel y el martillo a las manos sin dedos y arrastrándose de rodillas, cada madrugada, rumbo a su taller. La leyenda asegura que en la iglesia de Nossa Senhora das Mercés e Misericordia, de Minas Gerais, los mineros muertos celebran todavía misa en las frías noches de lluvia. Cuando el sacerdote se vuelve, alzando las manos desde el altar mayor, se le ven los huesos de la cara.
Las venas abiertas de America Latina
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