...la callejerera muerte, que ha aprendido a andar, por las calles de los vivos, que tanta vuelta le han de sacar, se escapo de un campo santo, de las funerarias, de cualquier lugar, para andar entre los vivos, que tanto miedo tienen de encontrar, anda ansiosa y altanera, detrás de uno o de cualquiera, dicen que solo por el que le ha tratado mal, pero que no falta un descuidado, que por su camino se ha de atravezar, esta muerte es traicionera, unos la apodan inseguridad, otros dicen que es normal, el que ya se ha ido con ella, no puede decir mas, esta muerte tiene amigos, centinelas de su amistad, anda en los campos, por las calles de tu ciudad, en las noticias también la puedes encontrar, es cruel, amable y servicial, no sabe fallar, tiene tantos siglos de experiencia en eso de matar, siempre encuentra el pretexto ideal, para dar a una vida el punto final...
El hombre tortura y mata porque es lo suyo. Le gusta.
- ¿Lobo para el hombre, como dicen los filósofos?
- No insulte a los lobos. Son asesinos honrados: matan para vivir.
- ¿Y cuál es, a su juicio, la razón de que el hombre torture y mate por gusto?
- La inteligencia, supongo.
- Qué interesante.
- La crueldad objetiva, elemental, no es crueldad. La verdadera requiere cálculo. Inteligencia, como acabo de decir… Fíjese en las orcas.
- ¿Qué pasa con las orcas?
Entonces explicó qué pasaba con las orcas. Y contó cómo esos depredadores marinos de cerebro evolucionado, que operaban dentro de un complejo ambiente social comunicándose con sonidos refinados, se acercaban a las playas para capturar jóvenes focas que luego se lanzaban unos a otros a coletazos por el aire, jugando con ellas como si fueran pelotas, dejándolas escapar hasta el límite de la playa antes de capturarlas de nuevo, y seguían así, disfrutando, hasta que, cansadas del juego, las orcas abandonaban la maltrecha presa, descoyuntada, o la devoraban si tenían hambre. Aquello, concluyó, no era algo visto por él en la televisión u oído por ahí. Lo había fotografiado en una playa austral, durante la guerra de las Malvinas. Y aquellas orcas parecían humanas.
- No sé si comprendo bien. ¿Quiere decir que cuanto más inteligente es el animal, más cruel puede ser?... ¿Qué un chimpancé es más cruel que una serpiente?
- No sé nada de chimpancés ni de serpientes. Ni siquiera de orcas. Verlas me hizo pensar, eso es todo. Tendrían sus motivos, supongo: lúdicos, de adiestramiento. Pero su exquisita crueldad me recordó la del hombre. Tal vez ellas no tengan conciencia de esa crueldad, y sólo cumplan los códigos de su naturaleza. Quizá el hombre haga lo mismo: ser fiel a la espantosa simetría de su inteligente naturaleza.
- ¿Simetría?
- Eso es. Un científico la definiría como las propiedades estables del conjunto, pese a las transformaciones… Dicho de otro modo, que las apariencias engañan. Hay un orden oculto en el desorden, diría yo. Un orden que incluye el desorden. Simetrías y respuestas a simetrías.
- Ya veo. Quiere decir que el malvado no puede evitar serlo.
- Digo que somos malvados y no podemos evitarlo. Que son las reglas de este juego. Que nuestra inteligencia superior hace más excelente y tentadora nuestra maldad… El hombre nació predador, como la mayor parte de los animales. Es su impulso irresistible. Volviendo a la ciencia, su propiedad estable. Pero a diferencia del resto de los animales, nuestra inteligencia compleja nos empuja a depredar bienes, lujos, mujeres, hombres, placeres, honores… Ese impulso nos llena de envidia, de frustración y de rencor. Nos hace ser, todavía más, lo que somos.
El pintor de Batallas
Arturo Pérez Reverte
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