sábado, 30 de mayo de 2009

Ese pequeño mundo

...Sucedio creo una noche de esas que paresen días y no por la ausencia de luna si no por la exagerada precencia de luz, la vida hasta aquel día parecia una secuencia verdadera de mentiras bien argumentadas, el tiempo igual no era trascendental, una hora duraba exactamente una hora y asi sucesibamente, claro algunos segundos siempre intentaron ser algo mas pero pocas veces lo lograron, caminaba entre el espacio que forman una iglesia y una plaza, esas calles que son testigos de estra extrecha relasión que se da en muchos lugares del mundo, pero este fue mi lugar, este fue mi mundo por un tiempo, no se necesita mucho para crear un mundo, solo un lugar y algunos habitantes, en este mundo solo fueron necesarios dos habitantes y aquella calle para formar uno de esos mundos, caminaba en circulos pensando en el camino que me habia llevado hasta ahi, toda una vida, la mía, la suya, escribiendose hasta ese punto en que la vi, me vio e igual nos ignoramos, quisas porque sabriamos que ya nunca podriamos olvidarnos, me saludo de la forma mas comun y le conteste de igual forma, pero de ahi la vida de ambos ya no seria tan comun, me dirigia hacia un lado no recuerdo a donde, pero ya no pude desprenderme de ella, le pedi que me acompañara, y como si nada se solto y lo hizo, caminamos pocos pasos hasta llegar a donde yo iba, sin saber en ese momento sabria que a su lado caminaria mucho tiempo, entonces la luz se estaciono en mi vida, sus mentiras fueron mas suaves con la verdad de lo que sucedia, las horas ya porfin aprendieron a ser mas duraderas, el tiempo ya no es el mismo ahora le encanta jugar con nosotros y mas cuando se junta con la distancia, lo triste es que mientras mas nos acercamos, aquella calle en medio de la plaza y la iglesia se convierte en un inmenso oceano...


Al fin sucedió. Yo estaba en el café sentado junto a la ventana. Esta vez no esperaba nada, no estaba vigilando. Me parece que hacía números, en el vano intento de equilibrar los gastos con los ingresos de este mayo tranquilo, verdaderamente otoñal, pletórico de dudas. Levanté los ojos y ella estaba allí. Como una aparición o un fantasma o sencillamente -y cuánto mejor- como Avellaneda.
"Vengo a reclamar el café del otro día", dijo. Me puse de pie, tropecé con la silla, mi cucharita de café resbaló de la mesa con un escándalo que más bien parecía provenir de un cucharón. Los mozos miraron. Ella se sentó. Yo recogí la cucharita, pero antes de poderme sentar me enganché el saco en el maldito reborde que cada silla tiene en el respaldo. En mi ensayo general de esta deseada entrevista, yo no había tenido en cuenta una puesta en escena tan movida. "Parece que lo asusté", dijo ella, riendo con franqueza.
"Bueno, un poco sí", confesé, y eso me salvó. La naturalidad estaba recuperada. Hablamos de la oficina, de algunos compañeros, le relaté varias anécdotas de tiempos idos. Ella reía. Tenía un saquito verde oscuro sobre una blusa blanca. Estaba despeinada, pero nada más en la mitad derecha, como si un ventarrón la hubiera alcanzado sólo en ese lado. Se lo dije. Sacó un espejito de la cartera, se miró, se divirtió un rato con lo ridícula que se veía. Me gustó que su buen humor le alcanzara para reírse de sí misma. Entonces dije : " Sabe que usted esculpable de una de las crisis más importantes de mi vida?". Preguntó: "¿Económicas?", y todavía reía. Contesté: "No, sentimental" y se puso seria."Caramba" dijo, y esperó que yo continuara. Y continué: "Mire Avellaneda, es muy probable que lo que le voy a decir le parezca una locura. Si es así, me lo dice nomás. Pero no quiero andar con rodeos: creo que estoy enamorado de usted". Esperé unos instantes. Ni una palabra. Miraba fijamente la cartera. Creo que se ruborizó un poco. No traté de identificar si el rubor era radiante o vergonzoso. Entonces seguí: "A mi edad y a su edad, lo más lógico hubiera sido que me callase la boca; pero creo que, de todos modos, era un homenaje que le debía. Yo no le voy a exigir nada. Si usted, ahora o mañana o cuando sea me dice basta, no se habla más del asunto y tan amigos. No tenga miedo por su trabajo en la oficina, por la tranquilidad en su trabajo; sé como comportarme, no se preocupe". Otra vez esperé. Estaba allí, indefensa. Es decir, defendida por mí contra mí mismo. Cualquier cosa que ella dijera, cualquier actitud que asumiera, iba a significar: "Este es el color de su futuro". Por fin no pude esperar más y dije: "¿Y?". Sonreí un poco forzadamente y agregué con una voz temblona que estaba desmintiendo el chiste que pretendía ser: "¿Tiene algo que declarar?".
Dejó de mirar su cartera. Cuando levantó los ojos, presentí que el momento peor había pasado. "Ya lo sabía", dijo. "Por eso vine a tomar café".

Treguas
Mario Benedetti

1 comentarios:

Luces dijo...

Y seguimos en esa calle entre la plaza y la iglesia.... es un oceano en el cual nadamos lado a lado.... el tiempo juega con nosotros cada vez nos acorta mas la vida... sinembargo pronto la distancia sera nuestra aliada, por mientras dure nuesra vida.... tapd!

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