Alemania
Fausto (fragmento)
FAUSTO
¿Hay también leyes en el infierno? Me alegro de saberlo; entonces, ¿se podrá pactar con vosotros, señores?
MEFISTÓFELES
Podrás disfrutar lo pactado sin que te sea escatimado nada. Pero explicar esto requiere su tiempo y a tal efecto nos veremos otro día. Esta vez ruego encarecidamente que se me deje salir de aquí.
FAUSTO
Pero, quédate un momento y dime la buenaventura.
MEFISTÓFELES
¡Déjame salir! Pronto volveré. Entonces podrás preguntarme lo que quieras.
FAUSTO
Yo no te he perseguido. Has sido tú el que ha caído en la red. Aquel que ha atrapado al diablo, ¡que no lo suelte!; no volverá a atraparlo por segunda vez.
MEFISTÓFELES
Si tanto lo deseas, estoy dispuesto a quedarme haciéndote compañía a condición de poder hacerte pasar el tiempo con mis artes.
FAUSTO
Me parece muy bien, tienes permiso con tal de que esas artes sean gratas.
MEFISTÓFELES
Amigo mío, ganarás más para tus sentidos en esta hora, que en la monotonía de un año. Lo que te canten los tiernos espíritus, las bellas imágenes que te brinden, no serán un vacío juego de magia. Tendrás placer para el olfato y un agradable regusto en el paladar, y al final se encenderán tus sentimientos. No es necesario hacer preparativos. Estamos juntos, vamos a empezar.
ESPÍRITUS
Desapareced, bóvedas
oscuras de la techumbre.
Mira el mayor hechizo
del amigable y azul
éter que está penetrando.
Desvaneceos de una vez,
tenebrosas nubes negras.
Centellean estrellitas,
pues la luz de suaves soles
entre ellas se va filtrando.
Esa belleza sutil
de los hijos de los cielos,
al flotar sobre nosotras,
tímida, nos reverencia.
El deseo anhelante
acompaña nuestros pasos.
Y los aleteantes
flecos de los atavíos
cubren todas las tierras,
cubren la vegetación
de allí donde los amantes
muy solemnes prometieron
entregarse de por vida.
¡Follaje sobre follaje!
¡Sarmientos que echan renuevos!
El bien cargado racimo
cae en el receptáculo
del lagar que lo tritura,
y brota un gran arroyo
de vinos espumeantes
que se desliza por rápidos
de bellas piedras preciosas
y, dejando las alturas
tras de sí, en su caída,
se ensancha y hace un lago
y así la felicidad
reinará en las colinas.
Y un ejército de aves
paladea el placer.
Se van acercando al sol,
se aproximan a las islas
claras que, sobre las olas,
en apariencia se mueven.
Allá en coro oímos
suspiros alborozados.
Volando sobre llanuras
vemos figuras que bailan
y que se van desperezando
bajo el manto del cielo.
Algunos van escalando
por las elevadas cumbres.
Otros, cruzando a nado,
cortan las olas del mar.
Otros van volando y flotan.
Todos en busca de vida,
en busca de tierras lejanas,
de estrellas acogedoras,
de gracia y serenidad.
España
El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (fragmento)
Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más y decidme qué es lo que decís de alma y de lugares, y deste músico, cuya voz tan inquieta os tiene. Pero no me digáis nada por ahora, que no quiero perder, por acudir a vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oír al que canta; que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna a su canto.
-Sea en buen hora -respondió Clara.
Y, por no oílle, se tapó con las manos entrambos oídos, de lo que también se admiró Dorotea; la cual, estando atenta a lo que se cantaba, vio que proseguían en esta manera:
-Dulce esperanza mía,
que, rompiendo imposibles y malezas,
sigues firme la vía
que tú mesma te finges y aderezas:
no te desmaye el verte
a cada paso junto al de tu muerte.
No alcanzan perezosos
honrados triunfos ni vitoria alguna,
ni pueden ser dichosos
los que, no contrastando a la fortuna,
entregan, desvalidos,
al ocio blando todos los sentidos.
Que amor sus glorias venda
caras, es gran razón, y es trato justo,
pues no hay más rica prenda
que la que se quilata por su gusto;
y es cosa manifiesta
que no es de estima lo que poco cuesta.
Amorosas porfías
tal vez alcanzan imposibles cosas;
y ansí, aunque con las mías
sigo de amor las más dificultosas,
no por eso recelo
de no alcanzar desde la tierra el cielo.
Aquí dio fin la voz, y principio a nuevos sollozos Clara. Todo lo cual encendía el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro. Y así, le volvió a preguntar qué era lo que le quería decir denantes.
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