viernes, 25 de junio de 2010

El mundial de las letras (Corea del Norte VS Costa de Marfil)

Corea del Norte


Monte Kyongho
¿Tú no serías tú
si no supieras todo
del vino y las mujeres?
Pero de lo demás nada sabrías,
así que mira la pareja de urracas
que pusieron su nido en tu cabello.
Una sonrisa
Shakiamuni sostuvo un loto
y Shakiapa sonrió.
Mentira.
El loto sonrió
y Shakiapa sonrió.
¡No había Shakiamuni!

Plena luz
En caca seca no
se paran ni las moscas.
¿No es eso la Pureza? No.

Ropa limpia
Ondea limpia al viento
y no sabe que es
un Boddhisattva.
Sonrisa
De pie frente a la sonrisa
en la cabeza de un chancho
recién horneado
no seas menos generoso.

El viento
Sopla el viento.
¡Ah, este otro mundo!
En la nave del templo
¡Gran error!
Haberse vuelto antes de entrar
habría sido mejor.

El rollo del maestro
Ta Hui, antiguo monje Sung,
quemó el rollo de su maestro: los Recuerdos del Risco Azul.

Bien hecho. Muy bien hecho.


Costa de Marfil


Alá no está obligado
Me llamo Birahima. Podría ser un niño como los demás (tengo 10 o 12 años, depende). Sería un niño común, ni mejor ni peor que los demás niños del mundo, si no hubiera nacido en un país perdido de África. Pero mi papá murió. Y mi mamá, que caminaba sobre sus nalgas, también. Entonces marché en busca de mi tía Mahan, mi tutora. Me acompañó Yacuba. Yacuba, el chamán, el multiplicador de billetes, el bandido cojo.

Como no tenemos suerte, tuvimos que buscar por todas partes, incluso en las guerras tribales de Liberia y Sierra Leona. Como no tenemos plata, tuvimos que enrolarnos: Yacuba como chamán musulmán y yo como niño-soldado. Entre trincheras y ciudades; entre banda y banda de viejos bandidos, maté a bastante gente con mi kalachnikov (un rifle). Es fácil. Se aprieta el gatillo y tralará. No sé si me divertí. Sólo sé que la pasé mal porque muchos de mis amigos niños-soldados murieron. Pero Alá no está obligado a ser justo con todas las cosas que creó acá abajo...

...El ataque comenzó al amanecer. Nos habíamos infiltrado hasta las inmediaciones de las primeras chozas. Cada kalachnikov estaba servido por cinco niños soldado. El primer grupo atacó. Para nuestra sorpresa, las primeras ráfagas de los kalach fueron respondidas por otras ráfagas. Los habitantes y los soldados de Niangbo nos esperaban. No había habido sorpresa. El primer servidor cayó. Lo reemplazó otro, éste cayó, abatido a su vez. Y luego llegó el turno del tercero. Y ya era el cuarto quien arrancaba. Nos replegamos, dejando a nuestros muertos sobre el terreno. La entera estrategia elaborada por el general Onika era cuestionable. Los soldados ocuparon nuestras posiciones en la vanguardia del combate. Ellos recogieron los cadáveres...”

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