Siendo éstos los fines del poder soberano, el deber de los sub- ditos es obedecer sus mandatos y no reconocer otro derecho que el que sanciona el soberano.
Quizás alguien pensará que con este razonamiento convertimos alos subditos en esclavos, porque los esclavos obedecen los mandatos y los hombres libres hacen lo que les place. Pero este argumento está basado en un error, porque el verdadero escla- vo es aquel que es arrastrado por sus deseos y no puede ver lo que es bueno para sí ni hacer lo que le conviene, y sólo es libre quien con ánimo íntegro vive bajo la guía de la razón.
Actuar obedeciendo órdenes indudablemente quita libertad en cierto modo,pero ello no significa que un hombre se ha vuelto esclavo. Todo depende del fin de la acción. Si ese fin es el bien del Estado y no el del agente, entonces éste es siervo e inútil para sí.
Pero en una república o en un reino donde la suprema ley es el bienestar del pueblo y no el del gobernante, la obediencia al poder soberano no convierte a un hombre en un esclavo inútil para sí, sino que lo hace subdito. Por esto, un Estado es tanto más libre cuanto más fundadas en la sana razón son sus leyes, porque entonces cada uno puede ser libre si quiere, es decir, vi- vir con ánimo entero bajo la guía de la razón.
Los niños, aunque deben obedecer todos los mandatos de sus padres,noson esclavos, porque los mandatos de los padres buscan el beneficio de los hijos. Debemos, pues, reconocer una gran diferenciaentre el esclavo, el hijo y el siervo, cuyas carac- terísticas pueden definirse de la siguiente manera: el esclavo es el que está obligado a obedecer las órdenes de su amo, aunque ellas sólo seandadas en vistas a la utilidad del que manda; el hijo es el que obedece las órdenes del padre dadas para su be- neficio, y el subdito es el que obedece las órdenes del poder soberano, y hace lo que es conveniente para el interés común y, por lo tanto, para él.
Creo haber expuesto en forma suficientemente clara los funda- mentos de una democracia. De todas las formas de gobierno, ésta es la que me parece la más natural y la más cercana a la li- bertad que la naturaleza concede a todos los hombres. En ella nadie transfiere su derecho natural hasta un grado tal que no pueda participar posteriormente en los asuntos públicos. El po- der reside en la mayoría de la sociedad de la que cada uno constituye una parte. De esta manera todos quedan iguales, co- mo lo eran en el estado natural.
Esa abundancia desmedida, ese fluir salvaje, ese todo o nada del que hablaba el viejo loco con experimentado desprecio habrán sido quizá lo mejor... Tal vez todo lo demás -la cautela, la sabiduría, la cordura, la inteligencia- no valga ni un comino porque no está enardecido por la loca pasión de la juventud, ese extraño deseo que pretende salvar el mundo y al mismo tiempo consumirse a sí mismo, que quiere agarrar con las dos manos todo lo que el mundo le ofrece y que a la vez arroja a puñados todo lo que la vida le regala... Así que es mejor que empieces a hablar de manera más sosegada. El de hoy es un carnaval diferente, un contrato diferente, una cita amorosa diferente. Es el final de la juventud. Ahora empieza la edad madura del hombre, uno de sus momentos más sabios, como si fueran las cuatro de la tarde de un día de mediados de octubre.
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