Estados Unidos
Las aventuras de Tom Sawyer (fragmento)
-Ahora, ¡vaya usted a sentarse con las niñas! Y que esto le sirva de escarmiento.
Las risas ahogadas que recorrieron el aula parecieron avergonzar al muchacho, pero en realidad su sofoco se debía bastante más a la reverencia devota que sentía por su ídolo desconocido y al tremendo placer que le proporcionaba su buenísima suerte. Se sentó en un extremo del banco de pino y la chica se apartó de él, volviendo la cabeza desdeñosamente. Barrió el aula una ola de codazos y guiños y cuchicheos, pero Tom se quedó quieto con los brazos apoyados en el largo y bajo pupitre que había delante de él, al parecer absorto en su libro. Poco a poco la atención de los otros fue apartándose de él, y una vez más el acostumbrado murmullo escolar fue elevándose por el aire aburrido de la clase. Al cabo, el muchacho empezó a lanzar miradas furtivas hacia la chica. Ella se dio cuenta, le hizo una mueca, volvió la cara hacia el otro lado y así estuvo durante un minuto. Cuando con mucha cautela se dio la vuelta de nuevo, había un melocotón delante de ella. Lo apartó bruscamente. Tom lo volvió a colocar tan tranquilo. Ella lo apartó otra vez, pero con menos hostilidad. Tom, con gran paciencia, volvió a colocarlo en su sitio. Entonces ella lo dejó quieto. Tom garabateó en su pizarra: Por favor, cógelo… Tengo más”. La chica echó una ojeada a las palabras pero no se inmutó. Luego el chico se puso a dibujar algo en la pizarra, escondiendo el trabajo con la mano izquierda. Durante un rato, la muchacha se negó a prestarle atención; pero pronto su curiosidad humana comenzó a manifestarse por señas apenas perceptibles. El muchacho siguió trabajando, aparentemente sin enterarse. La chica esbozó apenas un gesto de interés, pero el chico no dejó traslucir que se percataba de ello. Por fin ella se rindió y vacilando susurró:
-Déjamelo ver…
Tom descubrió en parte la triste caricatura de una casa con doble frontón y un tirabuzón de humo saliendo de la chimenea. Entonces el interés de la chica empezó a centrarse en la obra y se olvidó de todo lo demás. Cuando estuvo terminada, la contempló un momento y luego susurró:
-Es bonita… Pinta un hombre.
El artista plantó un hombre delante de la casa, que más bien parecía una grúa. Podía haber pasado a zancadas por encima de la casa; pero la chica no estaba por hacer una crítica excesivamente rigurosa; le gustaba el monstruo y susurró:
-Es un hombre guapo… Ahora, píntame a mí andando por el camino.
Tom dibujó un reloj de arena con una luna llena encima y brazos y piernas como palillos y armó los dedos extendidos con un abanico portentoso. La chica dijo:
-¡Qué bonito!... Cómo me gustaría saber dibujar.
-Es fácil –susurró Tom-, te enseñaré.
-Oh, ¿de verás? ¿Cuándo?
-Al mediodía. ¿Vas a comer a casa?
-Me quedaré si quieres.
-Muy bien… trato hecho. ¿Cómo te llamas?
-Becky Thatcher. ¿Y tú? Oh, ya sé… Te llamas Thomas Sawyer.
-Así me llaman cuando me van a sacudir, y Tom cuando me porto bien. Llámame Tom, ¿quieres?
-Sí.
Luego Tom se puso a garabatear algo en la pizarra, ocultándole a la chica las palabras. Pero ella ya no sentía timidez. Le rogó que se lo mostrara. Tom dijo:
-Bah, no es nada.
-Sí que lo es.
-No, no lo es. No te importa.
-Sí que me importa, claro que sí. Por favor, déjame.
-Lo contarás.
-No, no lo contaré…, te juro, te juro que no lo contaré.
-¿No se lo contarás a nadie? ¿Nunca jamás mientras vivas?
-No, jamás se lo contaré a nadie. Ahora, déjame ver.
-Bah, no te importa.
-Pues sólo por eso quiero verlo.
Y puso su manita sobre la mano de Tom y se produjo un pequeño forcejeo durante el cual Tom aparentó resistirse en serio, aunque fue dejando resbalar la mano poco a poco hasta que se hicieron visibles estas palabras: Te quiero.
-¡Ay, serás malo! –y le dio un cachetito; sin embargo, se sonrojó y parecía complacida.
Argelia
" Siesta. Los hombres duermen. Ma en el límite de la revuelta. Los hijos cuchichean. El aire está húmedo. Sudor... A las mujeres les gotean los pechos. Afuera la ropa secándose siempre. El repudio es ineluctable: así lo decidió mi padre. En la cabeza de Ma germina la idea de la muerte; pero la agonía de las moscas en el jugo de melón le recuerda la atrocidad de la cosa. Revuelta. Un gato pasa. Vibra la cola. Quiere copular. "
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